viernes, 21 de noviembre de 2008

Denver (VIII)

Todo sucedió esa mañana demasiado rápido. El viaje en avión, el madrugón, las presentaciones y el primer café del día. Iba impecablemente vestido, con una corbata roja y pantalón de pinzas. Se sentía cómodo, a pesar de que era la primera vez que se ponía un traje para ir a trabajar. Solía preferir viajar solo, como esa mañana, sin conversaciones ligeras ni réplicas a destiempo. Cuando llegó a la capital, encaró el primer taxi que encontró y con ligereza indicó su lugar de destino. Llegó con el tiempo justo, todos los asistentes habían ocupado sus correspondientes sillas nominales. Saludó como él sabía hacerlo, dejando en cada uno de los ejecutivos la nostalgia de algo lejano. Se desparramó sobre la silla y ojeó distraídamente sus cuatro apuntes mal caligrafiados. Se sentía seguro de sí mismo, entendía que no dejaban de ser meros negocios. Pasada la primera hora, la reunión comenzó a volverse tensa desagradable y los nervios empezaban a hacer estragos. Era una situación bien conocida y frecuente y era cuando Denver pensaba en castillos de arena y en esa luz que su madre le enseñó a buscar en los días de verano. Era entonces cuando definitivamente tiraba los papeles de su mente y se preguntaba que cojones estaba haciendo en una mesa repleta de desconocidos.

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