domingo, 11 de marzo de 2012

Tiempo de cierre. La feria llega a la ciudad y abandona el barco

Dejemos que los feriantes abandonen el pastel,
las miguitas de este mantel que es carne
de lavadora, una sobremesa menos en el espectáculo
de los sueños. Dicen que los feriantes
sueñan a veces despiertos, pero sé que es mentira,
que no son ciertos los rumores románticos
de esos engendros del demonio. Mira el tendal
de la caravana del fondo, bragas sucias de dudoso
gusto, ropa interior esclava de un sexo violento
de fustas, cuero y cigarros candentes. Este panorama
de titiriteros de mentira nos la pone dura,
pero hay algo melancólico que la digestión nos recuerda.
Claro que hay chicas en sus cuartos que sueñan
con vidas de aquí para allá, de evocaciones roqueras
entre bambalinas, quizá un gitano manejando
fichas se insinúe en sus fantasías nómadas, pero fíjate
solo queda de todo eso el azote cuando el éxtasis,
el escalofrío y el tirón de pelo cuando la espera
derriba las fronteras del extrarradio.
Se te quitan entonces las ganas de cenar, de morir
de pie como te dijeron, de afeitarte los domingos,
y de amasar fortunas con caras de poemas abandonados.

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