Hace un día caluroso, nos estamos abrasando
sin las luces de otras mañanas,
simplemente con el calor de una conversación
sobre Biedmas y sueños. Existe una
terraza tras la puerta, se ve la avenida
que atraviesa la ciudad desde su barandilla
plateada. Tu obsesión por los coches
y sus luces, distintas a las de otras mañanas,
quizá más preparadas para hacerte
cambiar de opinión, arruina nuestro
encuentro. Ese gesto habitual en ti
vuelve de nuevo a dejarme por unos momentos
vacío bajo un cielo que era nuestro.
Ese gesto digo, que se inicia con la cajetilla
de tabaco y termina
en el cenicero, con las colillas inservibles
representando un crematorio.
Tendrían que pasar años enteros
para que volvieras a fumar ante extraños,
pero eso vendría luego de lo otro,
esto es, del motor que arranca en el garaje,
del check-out en los hoteles
en el extranjero, de los despegues
y aterrizajes en vuelos de bajo coste,
de la billetera llena de dólares,
del valor que las putas de lujo dejaron
en tus fondos reservados, de todo lo
que tantas veces mereció algo
del esfuerzo de tus rimas.
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