Cuando se hace tarde el amor aparece, se vuelve algo así
como una postrimería urgente de deseo. Te lo digo a ti que me quieres bien y no
dejas que caiga el cubo de agua en la terraza. Volvemos a los balcones de la
infancia, también a los balcones de estos días de luz y brisa. Te decía, pero
me despisto a veces, que aparece el amor en estos rezongones meses tardíos,
cuando ya la gente parte y nos quedamos aquí, los cuerpos desnudos y las
narices frías. Siempre dices que nada dura lo que dura una piedra, y tienes
razón salvo en una cosa, pues nada dura suficiente pero sin embargo no pedimos
más longevidad que aquella que nuestro amor nos deja en el descansillo del apartamento.
Estoy hablando de estas cosas tan extrañas porque el deseo apuesta a caballo
ganador y nos quedamos viéndolas venir cuando el muy torpe no es capaz de
atravesar la línea de llegada. Escucha, que se hace tarde, que tengo el cuerpo
a punto de caramelo y entiendo que tus días fértiles ya han pasado. Escucha,
arrímate y dime qué es todo aquello que vemos a lo lejos, las persianas de oro
que nunca bajamos y las palabras hermosas que desfilan hacia el horizonte, como
queriéndonos decir que mantengamos la vida a golpe de corazones, asumiendo el
riesgo de la pérdida y de las vísceras dormidas.
Hace 9 años
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