Para Lydia, que es capaz de amar las sombras escondidas en mi regazo.
Cometas sin playas, así son las sonrisas de los que se
quieren, como nosotros, y no necesitamos de portales sociales para demostrarlo.
Tizas sin pizarras, así nos amamos y nos hacemos guarrerías sin necesidad de
abrir las ventanas y mostrarlo al mundo. Dulces sin azúcar, así eran los
pecados capitales cuando no entendíamos de qué iba la cosa. Vallas sin
jardines, así los sueños pasaban ocultos ante la vista de los extraños.
Escalofríos sin piel, así nos veían los imbéciles de turno mientras el calor de
los días felices nos hacía ver las estrellas sin cielo. Con todo ello y de repente, sin enterarnos,
así, de pronto y tan tarde, nos hemos dado cuenta de que no hay paraíso más
parecido a un harem que nuestras palabras aireadas a unos pocos entre los olores del
presente.
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