Son fines de semana arrolladores. Sabes
que no vuelve el avión que despega hacia un nuevo destino. Vuelve siendo otro,
distinto engendro metálico con las almas también diferentes. Eso es este
verano. Algo de magia sin circo, alturas sin atracciones, feriantes sin caravanas.
Pero escucha, hoy ha sido un día de familia, la negra seria y risueña, aceite y
agua. El ruso es de otro planeta, un quinqui que rezuma pulpa de vitaminas renovadas.
No pienso ponerme melancólico a estas horas, sabes que no conviene una tensión
alta sin venas.
Déjame que recuerde como fue el día.
Nos levantamos temprano, sin mucho más ánimo que felicitar a la tía por su
santo, pues hoy es Santa Magdalena. Después de la comida, paseamos por el
puerto, por las alamedas y por las casetas de madera que indican que algo se
está celebrando. La negra y el ruso se quieren pero se incordian, se dicen
cosas que luego el viento se lleva, son críos y el camino es largo. A veces
pienso que hay trenes en la noche cuando la noche no existe.
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