Es una mañana soleada con los tomates a tope. Me gustaría
que se quedaran así verdes, que no se adentraran en el declive de la
maduración. Supongo que es un deseo justificable ante este sol tan espléndido.
Las langostas cantan a lo lejos, recita Dylan, y el sol se vuelve más intenso.
Mis manos huelen a crema protectora, cosa que no acaban de entender los poetas,
esto es, que el sol es dañino más allá de los endecasílabos y las estrofas
prodigiosas. El sol duele, rabia por dentro y espera su oportunidad, supongo
que como todos. Cuando las mañanas son como esta, uno tiene tentaciones de un
sexo infinito con el compañero de viaje, pero casi ninguno de nosotros sabemos
de tales conceptos matemáticos. Es una mañana soleada como pocas, la última de
este periplo vacacional, mi niña sonríe con su vestido blanco, el ruso ha
comenzado a despedirse, las urnas están vacías y las cenizas de nuestros
cuerpos no existen.
Hace 9 años
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