Eres un adolescente que se inicia en la vida
escribiendo los primeros versos, no hay miedo
entonces al tiempo que va pasando,
no hay temor a la pérdida de algo aunque
la pérdida de nada solía quitar el sueño
más que los exámenes o unas faldas rebeldes
ante el espejo. Es esa época de granos amigables
que pueblan los sueños y las erecciones.
Sin embargo las estrofas eran un refugio
en épocas de entreguerras, contra la tormenta
existían las mesas de mármol y las soledades
de un cuarto juvenil de clase media española.
Eres un adolescente que transita túneles húmedos
que visitan tierras fértiles, ultramares
donde se deja uno la piel rasgada por soles
que aspiran a la caricia en una piel que no envejece.
Y de repente, vuelves la vista a otro paisaje más añejo,
se funden las pecas de tu torso y tus venas
son ríos que atraviesan los recuerdos. Eres un hombre
y no lo sientes, escupes quejas y encuentras
letanías, absorbes las mareas de amigos que roen
sus propios pasos por evitar el idealismo. Rancias
avenidas del deseo somos aunque nos creamos
calles vacías de una gran ciudad dormitorio.
Entonces ya no son las cenizas un horizonte,
las cenizas son entonces el mar que lo relame
al son de soles que aún esperan. Y luego
lo de siempre en mi regazo, las horas de estudio
y un verano que huele a niños desamparados
y a toque de corneta en el desfile.
Hace 9 años
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