Un sueño se asesina si se cumple
justo antes del relámpago, en las horas
previas de la madera y los suelos
de baldosas, como si se ejecutase al reo
sanguinario junto a familiares.
Sobre las cunetas y gasolineras
la agonía que despereza la vida, que hace
muecas postreras y baila sobre tumbas
no enterradas. De noche surge el crimen
de manos vacías con manchas
de carmín carentes de erotismo, la frívola
estancia de aquél que sentencia
inocentes en vena, en transfusiones solidarias
de castigos fronterizos.
Deber una nostalgia para zanjar
cuentas pendientes en algún que otro regazo.
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