Miras como crece el pene lentamente, así, mientras los
barcos pasan ante la ventana y el heladero se aburre en su furgoneta. Arriba,
en el tercer piso, en la ventana sin persianas,
parece que la vecina está trabajando en algo serio, no despega, parece,
la nariz del ordenador. El pene sigue creciendo como si con él no fuera la
estampa de este día de verano. Le da lo mismo si un barco atraviesa la bahía o
la vecina del tercero está preparando su tesis doctoral. El heladero, sin
embargo, también nota como el pene se va hinchando poquito a poco. Es cierto
que la furgoneta es un coñazo, que las tardes pasan lentas y que rara vez una
tía buena pide un helado si no es dietético, y de esos, piensa, yo no tengo. La
vecina parece manca, pues la mano derecha la tiene tendida debajo del
escritorio. Tu pene parece que se da cuenta de ello y de repente se hincha por
completo y empieza a molestarte la cremallera. Estos pantalones de tela son horrorosos,
piensas, cuando los pelos de tu pubis tocan el metal y se enredan en los
dientes de este invento del demonio. El heladero siente como su uniforme
disimula bien los movimientos rítmicos cada vez más impudorosos de su pene,
justo en el momento en el que una clienta le pide un vaso de fresa y nata. Se
levanta un segundo la vecina del tercero y te das cuenta de que está en bragas,
amarillas y de encaje crees ver, y de repente piensas que la cremallera es un
elemento molesto que se ha de erradicar. La bajas con cierta urgencia y tu pene
parece emitir un aliviado suspiro. Es verano y el calor sofocante. La vecina
del tercero vuelve con un batido, crees ver, y la pajita entre sus labios es todo lo que
puedes soportar. De repente necesitas masturbarte frenéticamente, aunque el heladero puede verte desde su
furgoneta. El heladero le dice a la
clienta que son dos euros, y la clienta no se da cuenta, por descontado, de que
su pene está totalmente dispuesto para idealizar su falda y sus caderas de
cincuentona. La vecina del tercero
parece que, además de manca, es un poco escandalosa, en el preciso momento en
que el heladero cobra a la cincuentona emite un pequeño grito, como si algo le
agradara en exceso. Tu pene está fuera de control, y buscas un instante de
sosiego entre las cortinas de tu cuarto. Sin embargo, ya no hay quien lo pare,
mientras el heladero no sabe qué hacer con sus manos en esta tarde de calor y
la vecina del tercero se baja las bragas con timidez. Tu pene necesita un descanso, que la tarde
termine, que llegue la noche y baje la temperatura. El heladero necesita chicas
aficionadas al helado artesano y que a la vecina del tercero las bolas de fresa
y nata le gusten. El invierno es diferente, las ventanas están vacías, los
heladeros en sus casas, tu pene estudia filología.
Hace 9 años
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