Ahora me toca a mí mirar por la ventana, recostarme en la
baranda del balcón y contar los muertos y los vivos. Ahora me toca a mí
encender el cigarro y que la gente me mire, exponerme a los oscuros deseos de
vidas ajenas, cada calada saborear como quien saborea un helado en un parque.
Es mi momento para mirar los barcos pasar y sentirme un polizón camino de
alguna estrella, y por qué no, coleccionar los nombres en mi memoria. Nombres
que existieron y que no, que buscaron caminos alternativos y encontraron el
hotel publicitado en todas las páginas amarillas. De repente un sueño, y de
repente los ojos abiertos, y los nombres siguen a su bola desmontando aparatos
que atraen a los rayos. Ahora me toca a mí rebuscar en la basura y encontrar
alguna perla, dar el golpe en la mesa y disimular cuando la pata se rompa,
exprimir con pasiones cultivadas los cítricos que encuentro en los paseos y los
mundos que no son el mío. Ahora me toca, es mi turno, y grito Denver y grito
June, y el hilo telefónico que no cesa, y el turno de la cola del pescado que
me hace ejercitar la paciencia. Ahora que me toca, que lo haga firmemente, que
no evite carreteras secundarias y me lleve a los mismos destinos que alguna
vez imaginamos en nuestro álbum de fotos. Ahora me toca a mí ser vida de otros
en mi balcón, dejar las puertas abiertas y prometer a desconocidos que seguiré
escondido sin hacer ruido.
Hace 9 años
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