No son mis pies los que hoy se hunden. Tampoco son mis manos
las que desgarran camisetas. Mis ojos no se entornan ni lagrimean, hoy. No son
mis rodillas las que tiemblan, ni mi corazón el que bombea hilos de rabia para
coser heridas. No es mi bigote el que se mueve con espasmos nerviosos, ni mi
pelo se cae a manojos por la desesperanza. No es sangre de mi nariz esa que
gotea en el asfalto, ni el sudor agrio de la derrota abrillanta mi espalda. No
es nada de eso en esta tarde de verano, ante esta luz que a su manera nos da
una tregua. Llegarán otras lluvias que arrastrarán entonces los restos del
prodigio, y serán mis pies huellas perdidas, mis manos uñas sin filo, mis
rodillas hierbajos del camino. Será mi corazón cuando ocurra el rojo sin el
resto de témperas que robarán la sangre fresca a mi herida desierta. Mi bigote
dejará de crecer sereno para dar paso a las calvas, y la luz prodigiosa será
crepúsculo de masas, y todo estará perdido entonces, y los cazadores dispuestos
a abatir los restos del naufragio.
Hace 9 años
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