Quieres subirte a la torre más alta de la ciudad. Pero dime
qué harás cuando llegues a su cima. Dime qué recordarás teniendo a tus pies la
urbe y el río que la bordea. Dime con la mano en el corazón qué nombres
recordarás allá arriba, en medio de la nada, dime si te atreves cuántos
recuerdos podrás ordenar en la cabeza tan cerca de las nubes. Extraño me
pareces mientras vas subiendo los escalones. Para qué quieres la vista si no
eres capaz de sentirte libre con el paisaje. Necesitas datos, gráficas,
informes concluyentes, ricos y pobres, necesitas una corbata y una carpeta, así
que dime cómo puedes decir que has levado el ancla si ni tan siquiera eres
capaz de verte los pies. Quiero contarte una cosa, antes de que desparezcan del asfalto tus pies.
Déjame decirte que conocí a una chavala que quería subir a la torre más alta de
la ciudad, pero enseñaba los pechos, vestía camisetas manchadas de sudor y sus
sandalias dejaban ver los dedos irregulares de sus pies. Alcanzó la parte más
alta e hizo de la vista y el paisaje un nuevo comienzo, dejó de pasar hambre
pero no visitó el restaurante elitista en las alturas. Esa chica, adoraba las
tormentas y sus manos estaban vacías, no sabía interpretar cifras y signos,
pero dijo que los cambios eran posibles desde las vísceras del idealismo, y ya
me ves, entre toda esta mierda de
cemento y sudor. Pero creí en esas palabras entre orgasmo y orgasmo, y ahora
regento una empresa que derriba torres indecentes y construye palabras
inservibles, pero hermosas.
Hace 9 años
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