Los dejamos esperando al camión de la basura. El sol se
ponía justo detrás del colegio. Iban poquito a poco desapareciendo los coches,
el tráfico se fue convirtiendo en manzana y los árboles florecían. Las ventanas
de los edificios cercanos se iluminaban y había caras felices. La vieja del
edificio gris de hormigón enseñaba los dientes y el joven pajillero del piso de
estudiantes se escalofriaba pensando en chicas guapas de la universidad. Hasta
mi perrito lindo movía la cola aunque ya moverse empieza a ser un reto
considerable. Me lamía la mano y yo acariciaba su cabeza mientras pensaba en
los once años que nos ha acompañado y lo mucho que ha hecho por nosotros. El
camión de la basura seguía sin llegar y la avenida se iba quedando desierta. El
quiosco ofendía con sus revistas porno, con chicas tocándoselo todo entre
lencerías poco menos que imposibles. El ruso no quitaba ojo y yo con él. El
ocaso de un día cualquiera es el ocaso de toda una vida, el paso de un tiempo
que no se recicla, que ni siquiera lanzado al espacio deja de contaminar
nuestros pies, nuestras caras de motoristas despistados golpeadas por un viento
urgente de cambio.
Los dejamos esperando al camión de la basura, y la negra
comenzó a llorar sabiendo que una vez estuvo allí, en los restos del naufragio
sin esperanza de alcanzar la costa.
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