jueves, 28 de agosto de 2008

Denver (VII)

Dicen que nació con algo en las pupilas. Son esas leyendas familiares que se van transmitiendo de lustro en lustro. Ese algo hizo que sus padres se asustaran y empezaran a asumir en los albores de su juventud que su hijo no vería pasar los trenes tras las ventanas. ¿Cómo asumir una ceguera que estaba predestinada a retar a los astros?. ¿Cómo una ausencia de luz merece la atención de unos padres deshechos?. Los médicos, cuentan, dijeron que fue un milagro de esos que se ven una vez por cada un millón. Eso al menos relatan las leyendas familiares que se van transmitiendo como los desamores de la adolescencia se transmiten con el paso de los años. Denver no sólo conservó la vista, sino que aprendió a mirar con la entereza de la perplejidad de un niño que empieza a vivir de lejos. Se esperaba de esos ojos algo del cielo, un poquito de los parques desiertos y leves notas de una balada de los sesenta. Eran unos padres anclados en la primera fila de un concierto y era un niño llamado Denver envuelto en los sueños de los hombres.