miércoles, 31 de agosto de 2011
Conviene que recuerdes.
domingo, 28 de agosto de 2011
jueves, 25 de agosto de 2011
en la luz, dejas que los coches se paseen sin ruidos
para dejar mi siesta a su cuidado. Eres ángel
de la guarda del ateo, leve vaho profundo
del que ha muerto, quietud de esta mecedora
en horas altas que decora la salita. No sueles
de primeras valorar como merecen los piropos
que invento sin parar incluso cuando
los autobuses parten y los cuchillos se niegan
a partir las verduras del almuerzo.
Hoy toca, si aprecias mis palabras, una terraza
y el vermut, resaca de un día sin dormir
ante la cama desecha por los acontecimientos
que ya pasaron.
viernes, 12 de agosto de 2011
Contrasentido
la que era dócil con los versos, las rimas y el ritmo
de composiciones crepusculares. ¿Dónde se encuentran
ahora esas palabras armoniosas que como
jilgueros dejaban su canto? No son sencillas
las casas como fueron hace años, con sus cuatro
paredes empapeladas y las luces muertas
en el salón y la cocina. ¿Cómo las habitaciones
deambulan por las voces del pasado y nadie
es capaz de oírlas?. ¿Cómo lo que ocurre
se detiene y se entierra en una zanja? ¿Hacia dónde
lo olvidado se dirige y en qué paraje perdido
espera la memoria?
jueves, 11 de agosto de 2011
y ponme otra cerveza,
da de comer a los caballos
que duermen plácidamente en el establo,
apunta con tu dedo a la puesta de sol
sobre la meseta, huele los huevos
revueltos y las salchichas
que la cocina invita a comerlos,
llama a las puertas del cielo mientras
recoges tus alforjas y abandonas los caminos
que te llevaron una vez
a casa.
miércoles, 10 de agosto de 2011
Dieta blanda
Pierdes peso,
doras la píldora al agente,
deformas el gesto
y te vas con enfado a casa.
Se llama dieta blanda del preso
en ideales conformistas.
Crepuscular
tropicales no te hacen justicia,
el silbido del tren en los cuartos oscuros
del verano, no te hace justicia,
las orquídeas en los balcones que
hacia las paredes miran, no te hacen justicia,
tampoco las pantallas apagadas o los búhos
tras verjas en algún perdido zoológico.
Los verdejos embotellados en camas vacías
de hoteles de paso, no te hacen justicia,
tú sabes que no te hace justicia el mar
que no cesa, ni las playas desiertas de Agosto.
Los pelillos de los sexos que todos olvidamos
en algún momento, no te hacen justicia,
el llanto del que espera la alegría entre
la incertidumbre, no te hace justicia,
sabes que nada te hace justicia, sólo la
manera en que te mira el huérfano del cuarto,
el que pinta tempestades con pinceles
de crepúsculos.
martes, 9 de agosto de 2011
Basura de la deuda
Ya no avisan los versos cuando explotan
ni los lamentos se visten de guerra
apenas los sueños si acaso flotan
la pesadilla sabe lo que entierra.
Concreta el inocente mientras potan
enfermos en letrinas como perras
las directrices dulces que se embotan,
y latas, y las puertas que tú cierras.
Desprendes de la boca cierto aliento
que da por el saco oler mientras gira
el tiovivo de todas las verdades.
¡Que bailes, maldito! si es que admira
el raro del cariño siempre lento
los restos de tantas calamidades.
lunes, 8 de agosto de 2011
Los amigos de los bandos enemigos (borrador)
“Los campos de batalla sólo los conquistan los que han sido vencidos, el bando vencedor enseguida olvida y los desecha sin el menor miramiento. Son los que han perdido su patria o algo más que eso los que rumian cada palmo del escenario aun cuando han pasado muchos años de la contienda. No son capaces de olvidar los lugares donde se refugiaban de las balas enemigas, los pueblos que destrozaron y otros muchos detalles que vuelven a recrear una y otra vez cada uno de los palmos del terreno que sufrió las embestidas bélicas. Los vencedores sin embargo no tienen memoria, enseguida asumen como propio el nuevo contexto que han conseguido gracias a dejarlo todo patas arriba a pesar de los sacrificios necesarios. Los que pierden la guerra sobreviven más mal que bien a la penuria y a la humillación venidera, pero jamás abandonan el escenario que deja de existir una vez que los tanques, los armamentos pesados y los lamentos desaparecen entre órdenes burocráticas de los estados. Esa es la condena de los perdedores, pues sólo son capaces de sobrevivir en un pasado que los aniquiló y los borró de las condecoraciones y los actos honoríficos.
Si quiere usted que le ocurra lo mismo que a los que pierden las guerras, es mejor que se olvide de nuestro producto. El precio, desde luego, puede parecerle poco ajustado a las necesidades de su compañía, pero a buen seguro encontrará en esta inversión un nuevo impulso que le garantizará a medio plazo un sistema flexible y con perspectivas de futuro. Recuerde que si se queda en el bando perdedor, no podrá abandonar durante los próximos años la reunión que hoy estamos teniendo aquí. La visitará una y otra vez y se preguntará las razones que le impulsaron a rechazar el planteamiento que hoy le estamos ofreciendo. Sabe que puede contar con nosotros para todo lo que estime oportuno, y no caeré en la vulgaridad de decirle que lo barato suele ser caro, pues es una obviedad”.
Mateo tenía preparado siempre el mismo discurso con pequeñas variantes. La guerra, por motivos de arenga y cierta plasticidad agresiva, era el tema con el que centraba todas las presentaciones de los productos de su compañía. Sabía que vendía un sistema caro cuya utilidad estaba delimitada a los sistemas inteligentes informáticos. El era el encargado de las primeras fases de la venta del producto. Se pasaba semanas preparando una presentación antes de plantarse en la sede del cliente con todo su arsenal de palabras técnicas y presentaciones plagadas de gráficas y colores milimétricamente organizados.
domingo, 7 de agosto de 2011
Los amigos de los bandos enemigos (borrador)
El mar a lo lejos era lo primero que le interesaba ver nada más despertarse. Sabía que su apartamento era la localización perfecta para observar plácidamente el paso de los pequeños veleros portuarios. Podía el día despertar soleado o gris, a Mateo le daba lo mismo. El mar ampliaba el campo de batalla, como el solía decir, lo suficiente como para ser capaz de involucrarse en la guerra del día que comenzaba.
Tras asegurarse de que la extensión infinita de esa agua pausada se mantenía en su rutina, se aproximaba a la cocina para organizar los desayunos. Le gustaba jugar con la angustia que, provocada por las ganas de orinar, acompaña a todo despertar que ha sido precedido de una noche de descanso holgado. Ese era su mayor reto en los primeros minutos de un nuevo día, ganar la batalla a su vejiga una vez que el café estaba preparado y el pan del día anterior horneado y crujiente. Entonces se dirigía al aseo y con el éxtasis escatológico asociado a la expulsión de lo sobrante en el organismo, disfrutaba de unos minutos liberadores sentado en el retrete. No se levantaba hasta haber planificado mentalmente el día, cómo iba a afrontar el trabajo, qué planes podría organizar para la tarde y qué iban a cenar cuando las horas estuvieran ya vencidas.
Generalmente no pasaba más de cinco minutos meditando sobre el futuro inmediato, ya que Nian solía levantarse a los pocos minutos de que él hubiera corrido el pestillo de la puerta del aseo. Ella sabía que podía desayunar y que todo estaba preparado y él se incomodaba con los movimientos mañaneros de otra persona que no fueran los suyos propios. Consideraba esa manera de compartir los primeros momentos del día como una emboscada en ese campo de batalla ampliado por las aguas de la costa, y tenía claro que toda emboscada requiere de cambios de posición si uno quiere salir indemne de un más que posible ataque. Él entonces salía de hacer sus necesidades y sin decir una palabra iniciaba el plan de defensa para repeler las posibles consecuencias de esa intromisión en su tiempo, en sus primeros despertares diarios. Se aproximaba con dulzura a Nian mientras ella engullía el desayuno como una autómata, y la besaba en la mejilla agarrándole los hombros con firmeza. Ella no solía inmutarse por la soñolencia que siempre experimentaba nada más levantarse de la cama. Mateo lo sabía, pero también tenía claro cómo eran sus siguientes reproches y quejas focalizadas en todo el ruido que motaba por la mañana, y al poco cuidado con el que abría y cerraba los cajones del mueble de la cocina. A Nian le apaciguaban los besos firmes y tempranos de Mateo, y él no tenía dudas de las dosis precisas de los mismos y de los tempos necesarios para que el día se iniciara sin grandes sobresaltos entre ellos.
Una vez que se aseguraba la tranquilidad de las horas venideras, recogía la ropa del día anterior del galán de su dormitorio y rebuscaba el nuevo atuendo con el que debía afrontar el día. Aunque metódico, la elección de la ropa seguía diferentes manías en función de si era fin de semana, y no tenía que ir al trabajo, o por el contrario, era día de labor y le esperaban a la vuelta de la esquina sus clientes y sus luchas por colocar los productos que vendía al mejor precio posible. Aunque el campo de batalla lo ampliaba el mar, Mateo no incluía entre las batallas por la supervivencia las relacionadas con los porcentajes y las gráficas de pérdidas y beneficios. En los días de descanso, simplemente cogía lo primero que encontraba y que fuera a juego con las botas deportivas que calzaba siempre que el día se presentaba festivo. Otra cosa muy diferente era cuando las obligaciones laborales estaban presentes, pues dedicaba un tiempo escrupuloso en la elección de los pantalones y de las camisas. Solía plantearse ir con un aspecto formal y desenfadado pero siempre acababa sucumbiendo a la tendencia clásica de los ejecutivos al uso. Sucumbía al aspecto que aseguraba las ventas pero que ponía en riesgo su personalidad y su tendencia a cambiar las cosas que no se pueden cambiar. Nian le decía que estaba muy guapo y que le gustaba así, elegante y rancio, y cuando él escuchaba la palabra rancio imaginaba que su vida no distaba mucho de los pantalones a rayas de los años ochenta. En ese momento ambos se reían, eran las primeras risas de la conquista de las primeras horas de la mañana, aunque él y ella veían en esa estética todo contra lo que estaban dispuestos a luchar y también que de momento estaban perdiendo la guerra.
Mateo desayunaba cualquiera que fuera el día rápido, de pie, carente de gusto y sin disfrutar para nada del pan horneado con mermelada y del café recién hecho que Nian ya había degustado. Lo que sí respetaba era el desayuno en pijama por miedo a manchar la ropa que se iba a poner ese día. Reservaba la ducha para el último momento de esa foto temprana, de esos primeros ramalazos de momentos de un día que empieza.
En la ducha cantaba con tono bajo los éxitos que no emitían en la radio pero que él los escuchaba por recomendaciones de amigos y porque rastreaba por Internet siempre que tenía un rato. Le gustaba el agua fría, no solía templarla salvo en días de frío verdadero, pero lo frío, según decía, despierta del día lo que todos creemos que está dormido. Alargaba ese momento más de lo deseado por Nian, que siempre se aseaba después de él y le recriminaba con verdadero enfado las constantes reconquistas que tenía ella que ejecutar estratégicamente por su espacio y sus horarios. Tras el aviso, siempre se apresuraba cuando se secaba y se echaba la colonia, pero encontraba serios problemas si tocaba día de afeitado, puesto que prolongaba la agonía de Nian otros diez minutos interminables.
Así todo, salía del baño con la sonrisa en la cara, con gestos cariñosos hacia ella que sin embargo no solían ser bien recibidos.
Ninguno de ellos podía separarse del otro para iniciar sus días independientes con un enfado o recelo por cualquier tontería. Mateo siempre acababa diciendo alguna chorrada graciosa, si el ambiente estaba enrarecido, que le hiciera sonreír y ella se hacía la remolona para acabar regalando un gesto cómplice y de afecto.
viernes, 5 de agosto de 2011
Diary of something strange
jueves, 4 de agosto de 2011
Horizonte ceniza
miércoles, 3 de agosto de 2011
Diary of something strange
La mayoría de las veces son otros los que hablan desde una lejanía que cobra vida. Pero si me esfuerzo con verdadera intención aparezco yo mismo entre tanto paso del tiempo. Déjame que me mire y te describa lo que veo. En qué me he convertido no es tarea fácil de acometer. Intento reconocerme entre pueblos soleados y la cara barbilampiña que invita a adivinar la manera en que poco a poco ha ido todo aconteciendo. La camiseta si te fijas no es de marca, es más bien de un material muy lejano de las caídas de la moda. Tiene alguna mancha, cercos aún húmedos de babas y tierra, intuyo que estaba en un descampado rodeado de vacas y amigos. No te sientas engañada si no los ves, pues aunque la pandilla de jóvenes intrépidos anduvo a sus anchas cuando la juventud era la seña, el solitario poso del hombre nostálgico siempre se mantuvo conmigo. Fíjate ahora en los ojos, si los miras con detenimiento apenas vislumbran el brillo que ahora apresan, antes lo buscaban, el brillo digo, por cada rincón de la adolescencia, y en esa búsqueda hacían añitos todo lo que encontraban a su paso, incluso la melancolía podía salir maltrecha. Claro que estaban los amigos, todos ellos catalogados en la cercanía en la lentitud de la distancia. Pero siempre aparezco en solitario cuando cobran vida los retazos que delante de tus narices admiras. Me gustaría que fuéramos un poco más allá, a ese autobús plateado y plagado de reflejos que llevó a la imagen esta de la que hablamos lejos, o al menos eso me parece a mí ahora, aunque lejos y cerca son conceptos que se van distorsionando con las arrugas y la redención con la vida. Pero si nos centramos en ese viaje puede que entiendas que los campings sin tiendas de campaña son urbes igual de nocivas que la que ahora habitamos, sólo caravanas y ruido no son capaces de hacernos llegar a donde ese autobús me dejó con una mano delante y otra detrás pero con la plaga de sueños inundándolo todo. Ahora me dirás que los sueños es un tópico que hace mucho tiempo que evitamos, y no te falta razón. Pero aquello era otra cosa, tú sabes que los sueños nacen de la juventud y mueren de pena por dejarla atrás. Ese autobús lo sabía, como también sabía que la lluvia inglesa sólo moja a los corazones que quieren volver; .el mío, el de esa imagen que tenemos ante nuestros ojos no quería volver si bien sabía que la vuelta es como la muerte, siempre acaba ocupando su sitio. (continuará).
Fin del verano
Como los carruseles que se quedan sin baterías
y no saben qué hacer con los caballos,
como los lápices que pierden la mina y no encuentran
sacapuntas,
como los astronautas que dejan de creer en las estrellas
y tan sólo temen el regreso a tierra,
como las manecillas de un reloj que mira a ruinas
de otros tiempos pasados,
como la mayoría de las cosas de este paraje angosto
reclamando la oportunidad del cambio.
Como lo quieto y lo perplejo, como lo viejo de la juventud
que tiende a morir sin conseguir los objetivos.
Como todo eso que a uno se le ocurre en vísperas
de un viaje interminable.