domingo, 7 de octubre de 2012

Cuando vengan a por ti



Cuando vengan a por ti dejaré la puerta abierta, mandaré abrir también las ventanas de los cuartos y cogeré la manta verde que tanto te gusta. Te arroparé en el lado izquierdo de la cama y apagaré la luz, dejando entrar algunos rayos del sol por las rendijas de las persianas. Me dolerá verte las lágrimas y el llanto que en otros tiempos me desesperaba y ahora me da fuerzas para destrozar a todos esos hijos de puta cuando llegue el momento. Cuando den las diez bajaré a la pescadería, que abre siempre los sábados, y compraré un kilo y medio de almejas tigre. No sé si se llaman así pero así las llamamos nosotros, tigres porque tienen rayitas oscuras en la concha. Espero no olvidarme del perejil, lo pediré con la educación típica que hemos adquirido de nuestras familias de provincias, ni ricas ni pobres. Espero no tener que hacer cola porque entonces me preguntarán por ti, por qué bajo solo y tú no estás. No te preocupes porque tengo recursos suficientes para contar cualquier historia que se me ocurra en ese momento, aunque mi preferida es aquella que te sitúa en un viaje de negocios con tus jefes del departamento de ventas. Esa historia da mucho de sí y sobre todo despierta la imaginación y los cuchicheos de los vecinos. Además, puede que la adorne con datos como que tenéis que asistir a una fiesta de etiqueta y que aún no sé nada de ti, si has llegado bien o has necesito las pastillas para el mareo. Porque desde luego tu viaje será a un lugar remoto, posiblemente atravesando el Atlántico y haciendo una o dos escalas. Les dejaré boquiabiertos, seguro que más de uno piensa en ti comiéndole la polla a tu jefe nada más llegar al hotel, mientras el  muy cerdo te acaricia el pelo y te toca los hombros jugueteando con el hilo de tu sujetador. El jefe para muchos de ellos será un tipo esbelto, sin musculatura definida pero perfectamente cuadrado, corpulento y algo peludo; en resumidas cuentas, el típico hombre ibérico que suele poseer a sus secretarias. Mientras te encuentras de rodillas impregnando de saliva su miembro, tu jefe a buen seguro te dirá cosas guarras mientras piensa en los datos que ha de presentar a la mañana siguiente. Cuanto te pones de pie y te incorporas, el tipo te coge los hombros con firmeza y te gira ciento ochenta grados hasta que le das la espalda. Es cuando la imaginación del carnicero o de la gorda de la frutería llega a su punto álgido. Tu jefe te empuja hacia la mesa de escritorio de la habitación y con la mano izquierda te arranca las bragas de un tirón mientras con la mano derecha agarra su pene y lo introduce en tu coño. Es entonces cuando te va diciendo, mientras bombea lentamente dentro de ti, las claves de la reunión del día siguiente. No te ve la cara porque estás mirando hacia la pared mientras detrás de ti el muy cabrón hace uso de su poder acariciándote la espalda y las nalgas de forma condescendiente, maquinando la mejor manera de proponerte una penetración anal que le haga definitivamente ser el dueño de lo que considera un trofeo “mileurista”. Cuando termina, cuando se ha corrido dentro de tu vagina, te incorpora con cariño de jefe comprensivo mientras te acerca las bragas desgarradas. Te invita entonces a cenar, pero para ese momento al carnicero y a la gorda de la frutería el interés por el viaje de negocios ha pasado, y yo encararé el camino a casa para cocinar las almejas recién compradas y alegrarte un poco el día. Le he dicho a Lytton que cuando vengan a por ti aprenda a ladrar en condiciones, que se encargue de asustar a los malvados y se mantenga firme ante lo que vendrá después. Hasta ahora solo ladra para pedir el pan y algo de agua. También para que le acariciemos el lomo, pero poco más. Cuando vemos películas los viernes por la noche, se acurruca en el sillón junto a nosotros y sueña, y en esos sueños ladra tímidamente, de forma perfectamente sincronizada con su respiración plomiza del primer sueño. Es un perro que sabe adecuar sus ladridos a ciertas situaciones, pero cuando vengan a por ti no será suficiente. He pensado en juntarlo con otros perros en uno de esos refugios o albergues para perros abandonados. Que con ellos aprenda a ladrar en condiciones, que nos sea útil ahora que las cosas se vuelven duras y difíciles. Ha sido un buen compañero cuando las risas y la tranquilidad de nuestra vida no necesitaba de nada salvo de sus gracias y manifestaciones de cariño. Ahora sin embargo va a ser diferente; desgraciadamente va a tener que ladrar de otra manera, aprender a morder con sus pequeños dientes y posiblemente incluso, tendrá que probar la sangre fresca. Ya sé que para los perros probar la sangre fresca es pasar a otro estadio que nada tiene que ver con su tranquila existencia como mascotas de compañía. A lo mejor, el carnicero y la de la frutería de la que vuelvo a casa para cocinar las almejas, han seguido con tu idilio con el jefe de departamento, y sufren escalofríos mientras ven tu ano untado con saliva de macho español mientras te dice que relajes el culito y disfrutes del viaje. Tras un polvo por delante, siempre es bueno finalizar por la puerta trasera, te dice el muy villano. Mientras recupera sus ganas para un nuevo polvo, te introduce su dedo pringoso por el recto mientras te acaricia los pezones que cuelgan sobre la cama. Posiblemente es un tipo que se pasa las noches de hotel viendo porno, y que en este último viaje se ha visto con la enorme suerte de poder desvirgar a una incauta subordinada. Cuando está a punto de introducir su polla entre tus nalgas, de repente, suena su teléfono móvil y mientras lo descuelga te introduce levemente el glande sin miramientos. El carnicero está esperando que emitas un leve grito de placer y así lo haces, y es entonces cuando tu jefe te dice que eres una cerda, que te va a romper el culo, que no te vas poder sentar en una semana, que mañana en la reunión tendrás que llevar pañales porque te vas a cagar en cada esquina. El carnicero es un bestia, pero la gorda de la frutería es algo más romántica, y no me extrañaría que te imaginara besando al tipo mientras te toca el culo sin más intenciones que las de introducirte primero un dedo, luego dos y finalmente decirte que si no te importa que te penetre dulcemente mientras te acaricia el clítoris. Como ves, mi historia puede dar mucho de sí en un barrio como este. Pero yo estaré subiendo por entonces a nuestro piso, entraré con el sigilo de siempre, con la bolsa de la pescadería impregnando de olor a mar todo el pasillo que lleva hasta la cocina. Me asomaré antes de iniciar el ritual con la sartén y las cazuelas a tu cuarto para ver si sigues ahí, tranquila y queda, iluminada por la luz de una mañana que poco a poco va tomando forma de mediodía. En la cocina soy otro, me vuelvo más revolucionario y liberal, me siento libre y tirano al tener en mi poder a seres vivos como estas almejas de cultivo. En el fondo, me da un poco de pena que no sean almejas salvajes porque me sentiría aún más revolucionario, exterminando y devorando animales que el hombre no ha creado. Reconozco que esta transformación en el fondo no es real, pues giro la cabeza cuando introduzco las introduzco en el agua hirviendo. No puedo dejar de fabular la realidad que presido, esta es, seres vivos introducidos en una muerte segura muy parecida a la muerte en la hoguera propia de la Edad Media. Y soy yo el que los ejecuta y sentencia. Cuando vengan a por ti me seguiré preocupando de todo esto, aunque en la cocina sea lo peor de la especie humana.Cuando vengan a por ti olerá entonces a vino blanco y marisco recién cocinado. Incluso puede que tengan el atrevimiento de invitarse sin pedir permiso, carcajeándose sobre nuestras sillas, diciendo gilipolleces y haciendo bromas burdas sin ningún tipo de sensibilidad ni miramiento. En ese momento supongo que haré de tripas corazón mientras maquino la mejor manera de acabar con ellos cuando llegue ese momento, aunque una buena idea podría ser comprar algo de veneno por si esa invitación llegara a producirse. Dicen que si manejas las medidas adecuadas no te descubren, en el cuerpo es apenas imperceptible el paso de la dosis letal por las venas y los órganos vitales. Pero si soy sincero, me gustaría ser más explicito y con algo de dinero podría contratar a unos matones, rusos mismamente. Digo rusos porque hacen muy bien los trabajos que se les encarga, si les dices que sean crueles, lo son sin tan siquiera pensarlo; si prefieres que ejecuten rápido y sin opciones de réplica, son como centellas. Sí, creo que una posible opción pudiera ser esa, aunque lo importante es que sufran. Cuando vengan a por ti tengo que procurar que el sufrimiento empiece en ese momento, en el preciso instante en que te tocan la blusa mientras no te enteras, mientras te apuntan con el trabuco de turno en la sien y esperan la orden. Porque estoy seguro que harán eso, esperar la orden precisa para apretar el gatillo y apuntarse el tanto. Luego se pasearán pesarosos por las calles donde naciste y dirán que qué desgracia, que ellos sienten mucho todo lo ocurrido, toda esa mierda que confunde a la gente, que parece que limpia conciencias pero en realidad esparce la mierda por todo el pasillo inmaculado de baldosines. Creo que contrataré una buena banda de matones que sepan apreciar el olor de las almejas tigre mientras palidecen en la cazuela sin escapatoria. Si te fijas, no es lo mismo hacer un trabajo tan desagradable con la imagen de un mar en calma y su olor salino que hacer un trabajo sabiendo que la sangre huele a sangre y que no hay nada más que disimule tal olor a pérdida. Creo que la banda tendrá que ser discreta. Sus matones no tendrán nada que perder. Los que vengan a por ti no tendrán imaginación alguna, ni recursos para ir más allá de los gritos y de tu sueño que ojalá no te abandone. Cuando vengan a por ti me acordaré de la historia que el pobre carnicero no deja de inventar mientras está cagando en su baño sucio y roñoso de extrarradio. Se mira la polla mientras hace esfuerzos por echar una mierda pringosa y de color amarillento. Mala señal, me parece a mí, dudo que le queden más de seis meses. Es una mierda amarilla que ni siquiera huele a nada. Se mira la polla mientras piensa en ti, en tu cena con los jefes, te imagina con el coño resentido mientras pides el primer plato y os ponéis al día para la reunión del día siguiente. Sin embargo yo de vez en cuando aparezco por tu cuarto para comprobar que sigues descansando, que para ti todo es ajeno ahora que todo se ha decantado por el otro bando. El puto carnicero llega a los postres y te mira el escote insinuante. Mejor dicho, fabula con él, y también con uno de los jefes que sigilosamente introduce la mano en el bolsillo de la chaqueta colgada en el respaldo de la silla, y se asegura que la crema lubricante para untártela en el culito está donde la había dejado. Espera a los postres, y el muy pervertido inventa en su memoria las lindezas que te va a decir mientras los dos te envisten por los agujeros que les ofrecerás abiertos de par en par. El carnicero se mira la polla y se empieza a empalmar y mea afuera, en la baldosa del baño. Daría cualquier cosa porque dejarais los postres en el plato y os retirarais a la habitación. Cuando vengan a por  ti nada de lo que el enfermo terminal del carnicero piense o imagine, no te enterarás de cuando la fiesta empiece ni de cuando llegue a su fin. Tampoco te creas que me gusta mucho como construye el mundo a su medida la gorda de mierda, con tanto romanticismo de tus dos acompañantes mientras uno de ellos te estruja un pezón y el otro se ríe con la botella de champan entre los labios. Y tú resoplas y tienes el sexo húmedo, y luego las bromas del cigarro de después que tan aficionada resulta ser esta pervertida.Yo creo que la gustaría a ella que le hicieran daño, que le dejaran marcas mientras la sodomizan en una habitación de hotel. Imagino yo también historias ajenas, y tengo la impresión de que su marido solo la mira cuando huele a huevos fritos y chorizo en la cocina. No me extraña que ignora su paso por el piso, esa gorda de mierda jamás podrá atraer a nadie, y no por ser gorda, que lo es, sino por ser tan asquerosamente desagradable. Sin embargo a ti te tiene encuadrada en una habitación de hotel de trazos rectos, con los suelos y paredes blancas, con las sábanas sin motivos, lisas, recién hecha y dispuesta a ser arrugada por tus manos y tus rodillas cuando los jefes te ponen a cuatro patas y resto lo inventan ellos. Sí, el barrio a veces resulta de esta manera, de gente desagradable que daría todo por matar después de ejecutar el acto, por hacer heridas en carnes frescas. La gorda de la frutería y el cerdo del carnicero tienen las horas contadas. Sólo hay que ver el pedazo de mierda amarillenta que sale del culo del muy cerdo y las manchas en la piel que la mujer esconde con la faja y el vestido. Cuando vengan a por ti espero que ellos hayan muerto antes, que dejen sus historias aparcadas bajo una losa de mármol, con algún epitafio poco original. De todos modos intentaré también otras estrategias para poder afrontar el momento cuando vengan a por ti. El olor salino que nos dan las almejas tigre es una buena estrategia, y un albariño helado es otra manera de hacer ese momento más sencillo. Puede que algo de música pinchada en el tocadiscos ayude, Quique Gonzalez, ya sabes…”nadie podrá con nosotros, pero estuvieron muy cerca..”. Muchas veces me decías eso, que estuvieron muy cerca, pero que sobrevivimos con la dignidad y la honestidad intactas. Cuesta, me decías, mantener la dignidad cuando la dignidad es la excepción,  cuando no es un activo valorado y todo el mundo se ríe del que la posee. Nadie podrá con nosotros, recuerda, pero estuvieron cerca de conseguirlo. Ahora duermes plácidamente entre columnas de luz que se cuelan en tu cuarto a través de las ventanas. Hacía mucho tiempo que no descansabas tan bien, al margen los disgustos y las embestidas de esta mala gente que viene a por ti. Me decías que si preguntan por ti tú di siempre que no estoy. Y esa frase siempre me hacía pensar en un grupo de rock de los ochenta. Y la verdad es que seguí tu petición a rajatabla.Poco a poco fuimos despegándonos de los amigos. Llamaban pero siempre les ponía excusas varias. Unas veces estabas lavándote el pelo y todos sabían lo que tardabas cuando entrabas al baño. Otras veces simplemente les decía que te habías acostado, que estabas muy cansada de la semana y que últimamente te acostabas pronto. Te decía quiénes habían llamado y me decías que los llamarías, pero no sacabas ganas. Y el teléfono fue dejando de sonar hasta ser un extraño en nuestra casa. Ahora lo tenemos como si fuera un cuadro más, algo decorativo que evoca los tiempos más amables, sigo teniendo la esperanza de que alguna vez suene y nos ponga de nuevo en los límites de la realidad. Cuando vengan a por ti, por lo tanto, sé que estaremos solos, por nuestro desinterés y porque nos fuimos descolocando según pasaban los días de la realidad tan dañina. Estábamos como desorientados, como estupefactos ante tanto deterioro. Como una sombra era capaz de ir oscureciéndolo todo sin que nadie se diera cuenta. Ni siquiera el carnicero asqueroso se percataba de que algo no marchaba, de que su mierda cada día era más clara y que las pequeñas molestias que sentía en el estómago no le abandonaban con el paso de las semanas. Sin embargo se debió de ir acostumbrando a la incomodidad de los pinchazos en el vientre porque no se decidía a ir al médico ni por asomo. Por esos tiempos, cuando iba a comprar algo de lomo de cerdo para alegrarte el día, se le veía una expresión de enfermo, aunque todos evitábamos cualquier contacto con esa realidad que se iba aproximando. Cuando vengan a por ti no podremos esquivar lo que ocurra, no tengo muy clara la manera de sobrevivir al día después, cuando la visita lo haya arrasado todo y tu no hayas sido capaz de despertarte. De momento no me adelanto, yo a lo mío, pienso en los rusos y lo que podrían hacer con esos hijos de perra, pienso en el barrio y en las historias que se inventan los guarros como el carnicero pensando en tu culo, en tus polvos salvajes con tus jefes en alguna tierra desconocida, en Lytton que para querer se compró y ya no sirve. Pienso en que todo es un barco a flote gracias a leyes físicas que no entiendo ni tengo intención de entender. Tengo que planificar muy bien la manera de que sobrevivas cuando vengan a por ti. 


Cuando vengan a por ti quisiera decirte que leeremos poemas, que nos parecerán balas de plata contra los vampiros. Me gustaría tanto creer en las palabras hermosas, construir un refugio con textos que siempre nos gustaron y que aún podemos encontrar en las bibliotecas de barrio. Escucha, no me digas nada, te entiendo siempre que me dices que a ti te protegen otras cosas, caudales puros de vida y esperanza, muy lejanos todos ellos de la retórica y los Rosillos o Esproncedas. Me dices, y razón no te falta, que también uno puede hacer los sueños con realidad, con un niño ruso, por ejemplo, que no volveremos a ver , o con otra clase de salidas de emergencia.  Siempre hemos luchado contra lo mismo de distintas maneras, tú apurando la rabia y la dignidad cuando menos uno se lo espera. Yo, simplemente navegando por versos imposibles que no me han llevado a ningún lugar desconocido. Pero no me rindo, sigo pensando que cuando vengan a por ti los días no estarán aún contados, podremos abrir la botella de vino blanco y regalar una sonrisa a los extraños, que a lo mejor no lo son tanto. A veces la rabia me consume y las ganas de imaginar torturas son un acto de canalización de la frustración, de hacer de todo esto algo parecido a una revancha en el futuro. En otros tiempos me hubiera dado pena el carnicero, seguramente cuando vengan a por ti habrá visitado al especialista de digestivo y estará haciéndose pruebas varias en el oncólogo. Es un puto ignorante y ni tan siquiera sabrá lo que es un tumor o una enfermedad terminal. Pero sigue seguro cagando amarillo y dejando un olor cada vez más indefinido en el retrete. A mí me da exactamente igual lo que le pase a gente como esta, a fin de cuentas tan solo hablo con él para pedir turno en la cola de su carnicería o para hacer tiempo cuando esperamos en otros comercios del barrio. Lo único que si me atrae y me pone las pilas es cuando te mira, cómo te devora el escote y la marca de tus bragas que sobresalen por el cinturón de tus vaqueros. El tío te desea, está claro, aunque sabe que aspirar a masturbarse delante de revistas porno es su última salida en los pocos meses que le quedarán cuando vengan a por ti. Tú siempre has sido muy amable con él; mejor dicho, con él y con todos los del vecindario. Te han ido conociendo poquito a poco, pasito a pasito, primero con tus sonrisas que regalas como si estuviéramos en interminables navidades, después porque en el fondo te gusta tanto hablar que podrías hablar con las paredes de la confitería o con el escaparate de la corsetería. Con el carnicero creo que entablaste una conversación el mismo día que se fue nuestro querido ruso, hace ya unos años. Cuando vengan a por ti les recordaré tus vivencias y los nombres de tu vida, se los grabaré a fuego en sus frentes y les dejaré bien claro que esos nombres cuando la venganza se pueda servir fría acabarán con ellos. Allá donde vayan, respiren, jodan a otros como nosotros, se mueran, antes de dar un paso tendrán estos nombres bien presentes. No se librarán fácilmente de sus pecados que los nombres de nuestra vida se encargarán de que estén siempre ahí, presentes. Estaba pensando en cuando hablaste por vez primera con el carnicero. Llegaste a casa indignada, porque el impresentable te dijo algo sobre tus bragas rosas, pero en un plan muy típico de este país de mierda. Se creía un gracioso, me decías, pero también me relataste como fuiste amable y elegante y seguiste hablando del tiempo. Da un poco de asco la manera en que pasan las cosas, ¿no te parece? Ahora el tipo se muere, no hay remedio, pero será una muerte indigna, solo en su piso mugriento, mientras se toca su rabo por última vez antes de eyacular algo amarillento, con olor a orín como única característica, en el fondo creo que la muerte es lo único que se merece, pero sin embargo ni tan siquiera será estéticamente admisible. Este tipo de gente, se merece morir con los rusos dándole patadas en el estómago mientras le exigen que repita palabra por palabra todo lo que ha hecho en su puta vida. Se merece una tortura entre ratas, que su camisa de leñador se pringue con los charcos después de la lluvia, y que la sangre de sus labios lo inunde todo de pereza y asco. Entonces a lo mejor en esa situación de muerte por apaleamiento, el carnicero ya no tendría tantas ganas de imaginar tu ano penetrado por los jefes de tu empresa, ni tan siquiera se plantearía verte en paños menores. Todo es relativo según como uno lo mire, ¿verdad? Cuando vengan a por ti, maldita sea, acabaré con todos, no dejaré ni uno en pie, será demasiado, pero sí tengo que elegir muy bien las palabras precisas para cada uno de ellos.

Como el carnicero eran ellos, lo fuimos oliendo según avanzaban los viajes fuera de presupuesto. Nos fueron dejando al margen de las juntas semestrales, los asuntos de especial urgencia se fueron espaciando en el tiempo, y cada vez que nos reuníamos en el local de la asociación descubríamos nuevos movimientos de la cúpula directiva. No nos atrevíamos a preguntar, pero cuando vengan a por ti espero despejar muchas de las dudas que aún tenemos. Dimitri, lo recuerdo bien, era un tipo peculiar, muy culto y valiente. Vino, creo, de la Universidad de Salamanca directamente a las oficinas de extranjería de nuestra Comunidad Autónoma. Estudió psicología y un master o algo del estilo sobre Cooperación Internacional para el Tercer Mundo. Todo esto lo fuimos averiguando a medida que nuestra relación se fue consolidando.  Cuando vengan a por ti supongo que nada quedará de lo que vivimos junto a él y los otros. Siempre me hizo gracia su mote, Dimitri le llamábamos, pero era colombiano, de Bogotá para más señas. Su tez negra te atrajo desde el principio, desde mucho antes incluso del primer viaje que hicimos con todos ellos, cuando ahí no disimulaste un ápice y te sentaste junto a él en todos los trayectos que hicimos en el autobús que contratamos. Yo te observaba divertido, un poco celoso quizá, pero sobre todo divertido. Dimitri era un tipo muy ameno, con una labia fuera de lo común y a ti te encantaba. Pasados los años, mientras en la terraza compartíamos una copa de vino blanco, fiel a nuestras costumbres, a veces me contabas cómo os lo hacíais en los trayectos destinados al encuentro con las autoridades, antes de adentraros en las zonas desfavorecidas. Te solía preguntar lo típico de una homosexual cínico y curioso, que si era cierto que los negros como Dimitri tenían un glande capaz de haceros sentir orgasmos interminables, y cosas del estilo. El mote se lo pusiste tú, y recuerdo perfectamente el momento en el que se te ocurrió semejante ocurrencia. La culpa, me has dicho siempre, era de Artiom, nuestro querido ruso de hace años, éste sí era un verdadero ruso. Fue el día en el que llevamos, por motivos que no recuerdo bien, a Artiom  a una de las juntas anuales. Habíamos llegado temprano y solo estaba Dimitri sentado en una silla reservada para los vocales. Artiom entró antes que nosotros, pues se nos adelantó mientras cerrábamos el coche y saludó con desparpajo en ruso nada más entrar en el local. Fue entonces cuando, divertida y con mucha ironía, hiciste las presentaciones; Artiom, éste es Dimitri. Dimitri este es Artiom. Desde ese momento, Dimitri fue Dimitri, y desterró para siempre su verdadero nombre. Artiom nos abandonó años después, y Dimitri permaneció entre nosotros y seguirá aquí, de cuerpo presente, cuando vengan a por ti. Cuando vengan a por ti habrán cambiado muchas cosas que el pasado nos prestó para hacernos dichosos. El carnicero de mierda, alguna vez nos vio con Dimitri entrando en la zapatería junto al portal sesenta y ocho  y durante semanas estuvo comentando por todos los rincones del barrio sobre nuestro aspecto y nuestras malas compañías. Era un barrio el nuestro, y lo sigue siendo, donde un negro que atendía al nombre de Dimitri no estaba bien visto. Al menos les resultaba extraño.

El sexo el grupo desde ese momento estuvo viviendo entre nosotros, mejor dicho, en la boca del carnicero, de la gorda sinvergüenza de la frutera, en las terrazas de los pocos bares de la zona. Lo cierto es que más de una vez vieron a Dimitri asomado a la ventana de tu dormitorio con el torso desnudo, fumando cigarrillos, uno detrás de otro, mientras observaba abstraído el paso de los coches que de vez en cuando paraban en el semáforo que estaba enfrente del parque. Lo cierto es que el gordo expendedor de carne algo de razón tenía. No existió nunca ese sexo entre tres que le hubiera gustado presenciar sentado en una silla mientras te penetraba el negro y yo te introducía mi miembro humilde en tu boca, diciéndote que tuvieras cuidado con los dientes, pues ya había pasado alguna mala experiencia con chicos desfavorecidos cuando llevábamos medicamentos a los campamentos improvisados por los gobiernos de turno. No sé si moriría más feliz el carnicero de haber presenciado todo eso, pero el caso es que no durará más de dos meses cuando vengan a por ti y su imaginación poco a poco dejará de serle útil. Ahora, efectivamente, se consuela con erecciones leves cada mañana, pero luego no tendrá ni ganas para eso.

Dimitri nos quiso mucho. Y nosotros a él. También decía que las  avenidas se van quedando solas cuando cae la noche, y ahora entiendo que lo dijera cuando lo dijo. Cuando vengan a por ti no te creas que no me costará desempolvar todos estos recuerdos de juventud y tirarlos directamente al retrete, mientras me las ingenio para que sufras lo menos posible y ellos las pasen canutas. De nuevo pienso en Lytton y qué puedo hacer con él para que sume y no reste cuando todo esté a punto. A lo mejor mañana pregunto la veterinario, aunque seguro intentará meterme por los ojos alguna pastilla, pipeta o a saber  qué productos milagrosos para convertir a nuestro can en una máquina de guerra. Lytton no es capaz de ganar la guerra habiendo perdido todas las batallas, ni tan siquiera es capaz de ganar unas caricias si el amor conquista todos los rincones de la casa. Pero sin embargo tiene algo, potencial suficiente para no comer la comida sintética, como pueden ser caramelos o “snacks” baratos. Esa es mi esperanza, que sepa que los dientes a lo mejor son necesarios para la escoria esa que pisará el rellano de nuestra puerta cuando vengan a por ti. Me cuesta un poco organizar los pensamientos, darle sentido a este rompecabezas de más de 20000 piezas multicolores. Es un barrio de mierda, querida, y no hay manera de darle una identidad. Y es u mundo de mierda igualmente, y tampoco soy capaz de darle una identidad que no sea la del antifaz y el “burka”. Dimitri nos dio muchas charlas sobre revoluciones, cooperación, y niños asediados por la penuria y la guerra. El carnicero no sabrá nunca nada de eso, sólo se quedará con la imagen de tres maduritos que subían y  bajaban juntos a un segundo piso con ascensor. A veces lo pillamos cotilleando insensateces asquerosas sobre nosotros. Creo incluso, que en alguna ocasión, me llamó por lo bajini “maricón”, mientras se mofaba con escoria humana que eran sus amigos del parque, viejos de mierda que cuando meaban en algún árbol dejaban en los pantalones de tela el cerco de la orina. Gentuza asquerosa que a sus mujeres las trataban como a verdaderas pluriempleadas. Por un lado las hacían abrirse de piernas los viernes por la noche para reventarlas entre olor a vino y patatas fritas. Se corrían en nada y luego a cenar, las mujeres a la cocina con el semen goteando entre sus piernas mientras los señores del parque se morían de hambre.  Me llamaba “maricón” y el “maricón” era él. Y sus amigos. Amigos que ahora no se sabe dónde están, ahora no son ellos los que miran si su mierda en el retrete sigue perdiendo color o definitivamente es la antesala de la muerte. Cuando el carnicero se sienta a solas en el baño, y se baja los pantalones hasta los tobillos, y mientras se inclina se contamina con el olor de su polla sudada y con restos de semen reseco, no piensa en sus amigos, no piensa en esos impresentables que se reían con él mientras nos insultaban y se creían que los buenos eran ellos. Cuando le entran ganas de llorar porque sabe que morirá solo, entonces llama a su mujer que a lo mejor está en la cocina o haciendo la compra. Da lo mismo, porque la mujer con contesta, hace tiempo que no asoma la cabeza para ver si su mierda coge color o su expresión facial mejora. Su mujer está en la compra, o en la cocina, o simplemente le está escuchando pero piensa que ojalá se muera, que deje los cuatro euros que ha ahorrado y desparezca. Cuando vengan a por ti a lo mejor su mujer está pensando en traspasar la carnicería y hacerse un viaje al Caribe. Y a lo mejor allí, su vida cambia, y se tiñe el pelo, y cambia de aspecto, y paga por sexo todas las noches. No sé si se lo merece, Dimitri a lo mejor nos puede dar otro punto de vista, pero Dimitri ya no es Dimitri, tampoco es Silvino. Seguramente es ya un desconocido que cuando vengan a por ti participará activamente en cada una de las torturas y vejaciones que te tienen preparadas. Pero nos quisimos muchos. Tu y yo aún nos queremos, aunque nuestros cuerpos no se rocen y nuestros deseos vayan por estelas fugaces diferentes.  Nos quisimos,  y nos queremos. Y el olor a las almejas que poco a poco se van abriendo por culpa del calor me lo recuerda. Me recuerda que nos quisimos mucho, que nos quereos demasiado y que algún día soñamos en pescar el gran pez y no llegamos a tomar la orilla. Da lo mismo, da lo mismo las veces que me dijiste que no frecuentara tantos chicos jóvenes.

No te hice caso, aunque reconozco que en los últimos tiempos a veces he pensado en ti en momentos como el de hace un año aproximadamente. Te dije que era precioso, que se depilaba y que decía palabras hermosas. Tú decías que no era mi tipo, que me haría sufrir, pero yo estaba embalado, me lubricaba todas las mañanas el ano para estar preparado para cuando a él le entraran ganas, que era frecuente. Pero lo que más me gustaba era cuando me acariciaba después de la ducha, me tocaba con delicadeza los hombros y me besaba la frente. Te pareceré un poco rosa, pero soy un romántico empedernido. La pena es que cuando vengan a por ti lo dejaré de ser en el acto. Como uno va dejando tantas cosas según el peso de la vida te va marcando. Porque la vida marca un ritmo y hay que seguirlo, no vale que uno tararé y con su pie marque los compases. La vida arrasa tu tonada y te impone la suya. Así de simple. Luego hay algunos que tienen talento y saben sacar tajada de eso, como Dimitri, por ejemplo. Nosotros no supimos ni quisimos. Creíamos, eso la vida no es capaz de dominarlo, aplastarlo sí, pero dominarlo no. 


Sabes que cuando venga a por ti incluso puede que contenga el deseo y no mire a Dimitri a la cara, por miedo a una erección de rabia o un escalofrío a mal tiempo que quizá recorra mi espina dorsal. Van a  hacer de todo contigo, posiblemente te enteres de cada una de sus ingeniosas técnicas para obtener información, aunque información ya no es lo que quieren. No entiendo cómo la marea es capaz de arrastrar retales de tantas vidas y de repente el mar parece limpio y puro. La mierda y los restos, sin embargo, no desaparecen. Todo es muy extraño.   Pienso en las semanas próximas del carnicero y las comparo con tus semanas próximas. El me da asco, y tú me das rabia. Él cambiará la vida de los que le rodean a mejor cuando haya desaparecido, aunque al principio el gasto será alto y aún le odiarán más cuando lo único que crezca en su cuerpo velludo sean las uñas. Ya sabes el efecto de las uñas en los muertos, que no sé por qué gaitas siguen creciendo cuando el muerto huele a muerto. Su  mujer cuando afronte la factura del ataúd, la noche en el velatorio, las flores el traslado hasta el cementerio y todo lo demás, odiará haberle conocido, tendrá que pedir dinero a su familia e incluso a algún amigo, como ves, morirse es algo  incómodo y una putada económica. La tuya costará bastante, pero tienes amigos que podremos aportar un poquito de nuestros ahorros a cambio de no perder el hilo existencial que Dimitri, tú y yo fuimos tejiendo cuando creíamos en algo. Las almejas, mientras estoy pensando en todos estos planes que pronto tendremos que poner sobre la mesa, se está acomodando en la sartén, ocupan su sitio y no parece que la vida por ellas haya pasado alguna vez. Ahora te miro desde la puerta del dormitorio y sigues plácidamente dormida, la luz sigue invadiendo tu habitación y el barrio comienza a vaciarse. Ya sabes que lo que a mí más me jode de cocinar y organizar quedadas con los amigos son los cafés, el tintineo de las tazas sobre la bandeja, el ir y venir de cucharillas, chupitos, leche templada y cafeteras hirviendo. Es una lata cuando los amigos se hacen los interesantes y te piden variopintas alternativas de cafés con leche. Dimitri para eso era y es especial. Es muy delicado y sensible. No le gusta molestar y siempre tiene una palabra amable o un gesto de intentar ayudar, aunque luego se queda en eso, un mero gesto, ya que somos tan educados que nunca en nuestra casa le hemos dejado mover un dedo. Era hermoso por fuera y por dentro. Ahora sigue siendo hermoso por fuera y por dentro, pero algo por dentro se ha roto. No le echo la culpa, pero la tiene. Cuando vengan a por ti prometo no mirarle a los ojos, no desear ser yo el que mientras te aplastan la cabeza contra el pecho de alguno de sus matones siente en la bragueta una presión excesiva. 

Últimamente sueño mucho con él. Siempre es el mismo sueño. Los dos nos encontramos en una habitación de hotel, yo estoy sentado en el bordillo de la cama con la cabeza gacha entre mis manos. Parezco preocupado. Él se encuentra sentado junto a mí, me mira y algo me dice, pero no alcanzo a distinguir sus palabras. Me contempla sereno, no hace el más mínimo gesto pero a la vez los hace todos. Yo de repente lo miro, creo que es a los ojos,  y me derrumbo. Me inclino hacia él y lo abrazo, y él hace lo mismo. Nos fundimos en un contacto intenso de nuestros cuerpos, y la emoción nos embarga. Entonces me despierto siempre con sensación de frío y el corazón algo agitado. Llevaré soñando esto cerca de un año. Generalmente me suele suceder en días de excesos, de cansancio, en esos días de farra en que no vuelvo antes de las cuatro de la mañana a casa. Es Lytton el que suele despertarme porque tú abandonas la estancia sin el más mínimo ruido. Cuando me levanto te has ido y busco las notitas que sueles dejar por todos los lados para avisar de algún asunto doméstico. 

.   Cuando vengan a por ti seré yo el que deje notas y no serán domésticas. No te digo yo que sean tan efectivas como las tuyas, pero no dejaré esto escondido en un armario. Dejaré el pabellón alto, no te sentirás sola ni dependerá de ti la tarea desagradable. Pero no quiero seguir con esto, hoy hace un día fantástico, estás descansando con las persianas formando parte de tu reino, Lytton aún es Lytton, posiblemente hasta mañana, cuando el veterinario me aconseje sobre su nuevo cometido. El carnicero está sentenciado, cosa que me alegra después de aguantarle durante estos últimos quince años. Las almejas están en su punto, el vino fresco y tú aún descansas. A lo mejor bajo a por algo de fruta y preparo una macedonia, aunque sabes que los maricones como yo somos amantes de la venganza y del desprecio descarnado. Cuando te diga, mientras te desperezas, que la macedonia la hice a última hora, estoy seguro de tu mirada en el centro de mis ojos, de tu comentario sobre la hija de puta de la frutera. Dirás que he bajado para humillarla, para decir delante de sus clientes, había tres señoras con sus maridos, que me ha vendido fruta pasada el último día o alguna lindeza por el estilo. Yo te miraré con esa sonrisa a medio esbozar que suelo poner cuando me pongo misterioso, y te serviré un bol generoso, mientras te oculto que en realidad la dije que daba asco, había tres mujeres con sus maridos, que tiene el pelo como el coño de una muñeca, que no hay barbero capaz de afeitar ese morro de orangután en peligro de extinción. Mi sonrisa alcanzará su verdadera sensualidad, cuando mientras nos introducimos las cucharillas en la boca a la vez, de forma sincronizada,  te digo al oído que en realidad le dije a la frutera delante de su clientela que te habías tirado  a su niña adolescente en los soportales del edificio y que te gustaría invitar a su hija a cenar y seguir la fiesta en casa el próximo viernes. Me oyeron bien las mujeres con sus maridos, y maticé que parecía que iba en serio, que estabas enamorada y que no habías comido un coñito tan parecido a la mantequilla como el de su querida cría de dieciséis años. 


Imagínate lo que pasará después, la pobre chavala estará en boca de todos. Puede que incluso ella misma se acabe animando y entre regla y regla decida probar alguna vagina que adore a adolescentes. Verás la manera en que su vida cambia, ojalá pueda mirarla por un agujero de aquí a los próximos diez años. Te apuesto un kilo de mejillones a que cuando llegue a los veinte su piel estará decorada con pequeñas manchitas marrones. Lo mismo pierde peso o lo mismo la chavala está colgada de una viga. El futuro es así de incierto, pero suele pasearse por las veredas más oscuras y fáciles de alcanzar. El caso es que la frutera no supo que decir, casi se desmaya. Son los daños colaterales de la guerra; tú y yo también lo somos, ellos han querido que dejemos de soñar como soñábamos antes. Lo peor es que lo saben y piensan que ha de ser así, la hipócrita de la frutería desde que nos decidimos a vivir en este barrio hizo campaña de “racimo” contra nosotros. No entendía al principio que podía sacar de todo eso que decía por ahí. Es un veneno andante que ni los vasos de agua quieren saber nada de ella. Te oigo hacer pequeños ruidos en el dormitorio, señal de que ya has olido las almejas a la marinera y tu expresión seguro que también ha cambiado. Mientras te diriges al baño, como siempre haces, iré poniendo las servilletas en la mesa plegable y abriré el vino blanco para matarlo de una sentada. Luego intentaré no hablarte de lo de siempre, de lo que puede pasarte cuando vengan a por ti. Ahora has de disfrutar de este manjar que no alarga la vida pero nos la da, que no es poco. Lytton no se separa de mis pies, ha de ser el olor al marisco y al perejil que conseguí arramplar de la pescadería haciéndome el simpático. Dimitri y nosotros, las esperanzas de los días que se fueron y que quedan. A la tercera copa volveremos a hablar de él, de lo que supuso su rendición, cómo se rindió y el daño que provocó a todos los niveles de nuestro universo. A lo mejor la solución pasa por cerrar los ojos y esconderse en un pueblo remoto, o en encarar con entereza y dignidad lo que te causará daño cuando vengan a por ti. Apareces en el comedor y me tocas la mano, yo ya sabes que soy un maricón de los sensibles, de los que lloran cuando la cebolla por mucho que la cortas te abandona y no te hace llorar. Soy un maricón de los que disimula el paquete con vaqueros holgados, por miedo a que descubran dónde reside el sentido de la vida. Mientras estamos tranquilos, disfrutando de este día soleado, te digo que mañana llevaré a Lytton al veterinario para hacerle una revisión. Te oculto que en realidad quiero hacer de él un arma de guerra, una granada de mano capaz de defender nuestras fronteras. No  te digo que Berto me ha dejado de llamar después de cinco años, que dice que es suficiente, que los sueños de los hombres como yo no encajan en las pesadillas de su realidad, no quiero preocuparte. Tampoco hago el intento de decirte que estás muy guapa, porque me conoces muy bien y sabrás que estoy preocupado. Es lo que tiene conocerse de esta manera, uno tiene que estar disimulando constantemente, y a veces ser actor en tu propia obra acaba siendo poco profesional. Sin embargo te digo, que Dimitri era hermoso, que me gusta recordar los días pasados y ver la luz de los inicios en sus retinas transparentes. Como un actor de cine estuvo con nosotros, vendiendo guiones aprendidos de memoria y facturando luego en las taquillas. Breve tiempo de cerezas y limoneros, de árboles frutales para unos chicos como nosotros tres que sólo atendíamos a la carne en todas sus variantes.  Cuando vengan a por ti habrá salido publicada la esquela del carnicero, que a buen seguro dejará este mundo sin saber las razones verdaderas de su mierda amarilla y sus erecciones venidas a menos. Cuando vengan a por ti los cristales de mi mundo se romperá en mil pedazos, como cristal que es. Seguiré buscando la manera de tenerte, de que no desaparezcas, de que el sufrimiento que estos secuaces te infrinjan se transforme en algún tipo de energía que me haga avanzar en el trayecto que aún me quede. Seguiré deseando cuerpos desnudos golpeados por finas fustas de cuero, por ponerte un ejemplo. Cuando vengan a por ti espero que la hija de la frutera sufra enfermedades relacionadas con los cuchicheos de la mala gente que camina y quema la tierra. Que sufra su madre y que la mujer del carnicero celebre que ha desaparecido cada día del resto de su vida. Estaría muy bien que vendiera todo lo que le recuerda a él y comience de cero, como ya te dije, comiendo rabos negros a todas las horas del día y de la noche. La salsa marinera está algo sosa, las almejas sin embargo son de una calidad exquisita. Lytton aúlla, nosotros dos aquí sentados seguimos siendo tres, y cuando vengan a por ti no cambiará ese número, desgraciadamente no aprendimos a contar correctamente, y así nos va.

Desde que el veterinario me ha dicho que con Lytton no se puede hacer nada, me siento más indefenso. Tenía planes que podrían hacer más llevadero todo lo que cuando vengan a por ti posiblemente pase. Qué hago ahora. Lytton, me ha dicho el veterinario, solo sirve para estar junto a unos pies o encima de una manta. Para quitarte algo de agitación cuando llegas a casa cansado y con malos humos. Pero para poco más, me dice el muy judío. Eso sí, el mercenario de la salud animal sabe desenfundar muy bien el datáfono  para cobrarme treinta euros. En el fondo, fíjate, me alegro, Lytton tampoco se rinde, no es capaz de cambiar ni de adaptarse a contextos desagradables. Hemos convivido los tres en este piso gracias a esta cualidad tan nuestra, esta cualidad de los tres que hace que no lleguemos nunca a la orilla. Pero disfrutamos del mar en calma que nuestros brazos aletean creyéndose aletas de mamíferos acuáticos.  Hoy me has dicho mientras pensaba en nuestro perro que se te han acabado las lágrimas, que lo único que aún se te humedece no me interesa, y nos reímos. Me hace gracia porque los dos sabemos que hemos tenido nuestro contacto, nuestra “berrea” particular. Nos hemos deseado y alguna vez hemos dormido juntos, eso sí, cuando había tormenta y los truenos no me dejaban dormir. Aspiro así todo a seguir contemplando tormentas, aspirar a tu respiración entrecortada mientras te das la vuelta bajo las sábanas. Me viene a la cabeza el día en que estuvimos los tres hace dos años en la casa de ese pueblo abandonado. Queríamos hacer turismo rural, ¿recuerdas? Ya sabes, el turismo típico de unos ya no tan jóvenes que rondan los cuarenta basado en gastronomía local y mínimas escapadas a ver el partido del sábado al bar más cercano. Ese pueblo estaba muerto, y lo único que se movía con la vitalidad intacta eran las sábanas de nuestras camas. Sobre todo la que compartíais Dimitri y tú, de lana gorda, que amaneció con lamparones amarillos. Cuando el domingo llamó a la puerta y tocaba recogida, vuestras sábanas con los lamparones aún frescos alegraron mis sentidos. No te lo conté en su momento por vergüenza, pero si tardé tanto en bajar de las habitaciones fue porque estuve oliendo esas manchas aún frescas del semen de Dimitri. Lamí un poquito alguna de ellas y tuve que ir al baño a masturbarme antes de poder recuperar el aliento. Te cuento esto porque cuando vengan a por ti disfrutaré igualmente chupando otro tipo de manchas. No se escaparán, seré un vampiro dispuesto a morder y a volar sobre sus cabezas, a desgarrarles el cuello con mis cuchillos de cocina a modo de colmillos, y verán lo que es una colección de gotas rojas, gotas que se acaban convirtiendo en lamparones rosados en las baldosas del piso. Cuando todo pase quizá volvamos los dos a disfrutar del turismo rural, pero no estará Dimitri. Ese fin de semana en el pueblo abandonado resultó ser algo parecido a un paraíso. Planeábamos el próximo viaje, cómo íbamos a defenderlo en la junta extraordinaria del viernes siguiente. Recuerdo a Dimitri abriendo una cerveza detrás de otra mientras no dejaba de mirarte el culo y yo no dejaba de mirarle los labios. Era algo parecido a una felicidad alienada, en medio de muebles iguales a todos los muebles del mundo. Era difícil mantener algo especial de nosotros mismos ahí enclaustrados, ardientes de deseo, de carne, pero rodeados de muebles que habían conquistado el mundo. Y el mundo los quería, por supuesto, y aún los quiere. Muebles paridos de fábricas suecas, parecidos a la mierda que el carnicero poco a poco le va costando más expulsar. Muebles que empezaron ocupando hogares pobres, para ir poquito a poco conquistando barrios de gente trabajadora, hasta llegar a ser portada en revistas exclusivas de decoración de interiores. Sin darnos cuenta, de repente, da igual adónde vayas, si vas a una academia de inglés están ahí, las sillas, las mesas, los insufribles vasos para los lapiceros, las lámparas; si resulta que te pierdes callejeando y acabas en una biblioteca, solo ves la conquista sueca. En ese fin de semana que pasamos los tres juntos, la casa era rústica, preciosa con sus piedras, sus pequeñas ventanas y la luz justa para intuir nuestros deseos, pero los muebles eran una especie de radio fórmula, has visto uno has visto todos. Así todo fueron tiempos felices, al menos los anteriores a ese fin de semana rural. Si te digo la verdad, desde los tiempos del fin de los estudios superiores vivimos ilusionados por unas metas que íbamos creando en los cafés de la tarde y en las cañas de los mediodías. Pero ese fin de semana fue especial, quizá el último especial que compartimos los tres. Alguna vez hemos comentado que en esos días en la montaña intuimos algo diferente en Dimitri. No sabíamos exactamente los matices de la diferencia, pero nos dimos cuenta en el momento de las copas a última hora del día, tanto tú como yo vimos en Dimitri una ausencia nunca vista antes en sus ojos. Fue cuando yo inicié los planes para nuestro próximo viaje a los campamentos. Ya sabes que mi ilusión era poder volver a ver a todos esos negros juntos, colaborar codo con codo con el resto de voluntarios para levantar el pozo y acostar a algún despistado joven hambriento entre las tiendas de campaña. Hice algún comentario gracioso pero Dimitri ni tan siquiera sonrió. Desvió rápidamente el tema y comenzamos a hablar de guilipolleces.  Ni tan siquiera podía imaginar en la víspera de aquél domingo que cuando vinieran a por ti él sería el que te diera el golpe de gracia. Desde el mismo viernes que llegamos rememoramos en muchas ocasiones los tiempos posteriores a los años universitarios. Lo de siempre, ¿recuerdas?, que si todo está por cambiar, que teníamos que ser útiles a la sociedad, que no podíamos terminar nuestra juventud metidos en un despacho viendo las medias de las secretarias y deseando al bedel de la garita, siempre muertos de aburrimiento. Poco a poco lo que parecía algo insólito, un mero sueño de tres absurdos buscavidas, se fue dando su importancia y acabamos en la maldita asociación que ahora viene a por ti, o al menos parte de ella. Ahora valoro más los años pasados, aunque el tipo de la carnicería por esos tiempos seguramente era un ser atlético y cagaba mierda oscura, la típica mierda que te duele mientras la expulsas resoplando pero a la vez sintiendo un placer infinito. No me lo quiero imaginar montando su negocio, bromeando de forma soez con los proveedores y los empleados del banco a la hora de contratar su crédito. Ahora me siento a pensar y el muy hijo de puta estuvo siempre ahí, primero cagando mierda decente y ahora muriéndose entre defecaciones descoloridas. Cómo es posible que no nos demos cuenta de los enemigos cuando entramos en el campo de batalla. A lo mejor es la juventud la culpable de eso, aunque el muy cerdo también era relativamente joven cuando aquello. Estoy seguro que él también tenía aspiraciones. No me lo puedo imaginar sino fantaseando con el vigor del que prospera con irse a los barrios bajos de la ciudad para que una puta de Nigeria le ordeñara de forma mecánica con sus pechos XL hasta que toda la leche se desparramara en su cuello. Por esos tiempos no había internet, o al menos no estaba masificado. No era para la masa, sino que estaba reservado a las universidades y a los ejércitos. Se tenía que buscar el porno en los canales codificados, pagando en los hoteles esos a los que seguramente iba cuando viajaba para ver el futbol un fin de semana de cada dos. Me imagino al impresentable este pidiendo la llave del decodificador, mientras se sirve una copita del minibar y con los cojines de la cama inventa una vagina. El resto es fácil de imaginar, lo que no es tan fácil son las cosas que sería capaz de hacer si tuviera la ocasión con la nigeriana. Posiblemente cuando acabara con ella algún médico tendría que estar por la zona. Ya sabes, cuando vengan a por ti algún médico tendrá que estar también por la zona, aunque supongo que es buena opción buscar también un cura, aunque los odies y te den grima. También han tenido su misión en esta tierra, y no han hecho tanto daño como dicen. Ese fin de semana hacía unos quince años que nos conocimos. Había llovido mucho.