jueves, 25 de septiembre de 2008

Denver y June (V)

De la mano se les veía pasar por La Alameda en pleno mes de Octubre. Su recorrido comenzaba pasado el Arco de los Aventurados, a pocas manzanas del polígono. Se mostraban dichosos según se acercaban a los primeros plátanos del paseo. A veces se paraban unos minutos a entablar conversaciones triviales con amigos y conocidos. Todos ellos jugaban las cartas del desencuentro. Cordialmente se deseaban buen día y ellos seguían su paseo tendiendo al mundo sus vísceras machacadas. Entonces, por arte de magia, la Biblioteca aparecía a su derecha. Denver tentaba a la suerte y miraba al cielo en busca de alguna excusa válida para poder echar un vistazo a los autores rusos del XIX. A veces se las ingeniaba para seducir a June con promesas gastronómicas a cambio de unos minutos entre los estantes donde las novelas se agolpaban. Otras veces era ella la encargada de darle el empujón simulando un frío extremo y la amenaza de lluvia. Eran una pareja tendida en los raíles de la vida, en las postrimerías de la veintena. Ella disfrutaba de vuelta a casa escuchando historias de mujiks y príncipes rusos que perdían sus calesas como ellos perdieron sus sueños. El adoraba contar historias de esos tiempos, alababa a Tolstoi en pleno Octubre de cenizas. El y ella sabían de la distancia que separa la realidad de esas novelas. Sabían de sobra la pereza con la que los días pasan cuando apenas queda nada que perder.


Horizonte ceniza (III)

Un carrito de la compra en un mercado plagado de desconocidos.¿Acaso no consiste crecer en eso?.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Apollon y June (I)

Se conocieron, se quisieron, dieron por zanjada la cuestión clandestina de lo imposible. Se hicieron con los restos de un naufragio que no les pertenecía. Dejaron de crecer mirándose a los ojos.

June (IV)

Se divertía en un banco sentada, tranquila mientras las gaviotas conquistaban por unos instantes los adoquines de la plaza. Si el sol brillaba con fuerza, fruncía los ojos y se remangaba con la timidez suficiente como para no llamar la atención. Siempre se preguntaba las mismas preguntas, los mismos enigmas, las mismas esperas sin respuestas. Daba vueltas a las razones de la marcha que emprendió muchos años atrás, cuando los polígonos industriales eran postales del futuro y los extrarradios meras metáforas polvorientas. Pero no buscaba respuestas, no se consideraba una expedicionaria de altos vuelos. Únicamente veía pasar las prisas del ejecutivo, el ritmo arrebatador de los jóvenes que no contemplan las fachadas ni la belleza de las calles y se divertía con la lejanía de todos esos acontecimientos. Sabía que esperar en un banco es como pinchar el globo de un niño cuando aquél ha perdido el aire mínimo para mantener su vuelo. Porque para June los globos volaban, y las nubes marcaban el estado anímico de ejecutivos y jóvenes. Mantenía el banco caliente, siempre dispuesta a dar por sentado que la última palabra de la tarde marchita los recuerdos y los hace libres.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Horizonte ceniza (II)

Las películas de amor tienen eso, dos amantes que se quieren y demasiados vagones de un tren de cercanías sin las ventanas iluminadas.

Apollon (I)

Se conocieron en la escuela de enseñanza secundaria. Apollon era un chico de pocas palabras, de fuertes convicciones y raros gustos por las comidas orientales. A Denver le gustaban los trenes a su paso por el extrarradio y gemía en las noches estrelladas intentando llamar la atención de los años dormidos. Apollon jugaba ensimismado con unas canicas de cristal contra un muro descascarillado de tanto cambio de viento del norte. Denver observaba desde sus quince años recien cumplidos la destreza de sus trampas y la limpieza de su puntería certera. Algo espetó que fabricó un escalofrío en las entrañas de Apollon. Denver dependía de un milagro en ese encuentro, Apollon tendió un guiño del ojo izquierdo a su nuevo compañero, contando con sus dedos los años venideros sin demasiado entusiasmo.