viernes, 21 de noviembre de 2008

Denver (VIII)

Todo sucedió esa mañana demasiado rápido. El viaje en avión, el madrugón, las presentaciones y el primer café del día. Iba impecablemente vestido, con una corbata roja y pantalón de pinzas. Se sentía cómodo, a pesar de que era la primera vez que se ponía un traje para ir a trabajar. Solía preferir viajar solo, como esa mañana, sin conversaciones ligeras ni réplicas a destiempo. Cuando llegó a la capital, encaró el primer taxi que encontró y con ligereza indicó su lugar de destino. Llegó con el tiempo justo, todos los asistentes habían ocupado sus correspondientes sillas nominales. Saludó como él sabía hacerlo, dejando en cada uno de los ejecutivos la nostalgia de algo lejano. Se desparramó sobre la silla y ojeó distraídamente sus cuatro apuntes mal caligrafiados. Se sentía seguro de sí mismo, entendía que no dejaban de ser meros negocios. Pasada la primera hora, la reunión comenzó a volverse tensa desagradable y los nervios empezaban a hacer estragos. Era una situación bien conocida y frecuente y era cuando Denver pensaba en castillos de arena y en esa luz que su madre le enseñó a buscar en los días de verano. Era entonces cuando definitivamente tiraba los papeles de su mente y se preguntaba que cojones estaba haciendo en una mesa repleta de desconocidos.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Aart y Ellen (I)

Se encontraban en el hospital como dos vagabundos perdidos. Los pasillos kilométricos plagados de enfermeras y médicos inexpresivos se intuían como un final del camino. Se miraban de reojo, sintiendo en sus cogotes la ira del punto de llegada. Porque efectivamente se encontraban a punto de rebasar la meta. Ellen marcaba con su mirada los relojes de las paredes como si fueran teléfonos. Aart intentaba buscar la recepción asumiendo el fracaso de su intento cuando por fin un médico les agarró de los hombros, con la certeza del que sabe que manda en su territorio, Ellen no pudo reprimir el llanto. Aart nunca tuvo una palabra amable para los desconocidos, pero en ese momento, le dio las gracias al doctor sin apenas mirarle a los ojos. Todo estaba correcto, su hijo viviría mirando a la vida con unos ojos que apenas dejarían destellos del pasado. Ellen y Aart entrelazaron sus gestos y
supieron que Denver haría todo lo posible por alcanzar la dicha entre las oscuras sombras que alguien dibujó en los muros de todos nosotros. Era una incubadora y la soledad de unos padres perdidos en los pasillos de un maldito ambulatorio de provincias.

jueves, 30 de octubre de 2008

Horizonte ceniza (V)

Si deslizas uno de tus dedos por la espalda de un desconocido, entonces verás que no hay columna vertebral capaz de ofrecerte un tacto que no te pertenece.

Apollon (III)

Se cortaba las uñas viendo el televisor encendido. Viajaba siempre que podía hacia la pérdida que dejan los dedos recién arreglados. Le costaba concentrarse en las imágenes, en las noticias internacionales y apenas podía tolerar la publicidad marginal de los canales de pago. Se cortaba las uñas en silencio, oyendo el zumbido de la nevera mientras su rostro juvenil en los cincuenta reflejaba los ecos de las calles vacías. Se cortaba las uñas viendo el televisor encendido.


jueves, 23 de octubre de 2008

Apollon (II)

Apollon era un nómada moderno. Solía habitar apartamentos con paredes vírgenes y moquetas en desuso. Los buscaba cerca de los parques, céntricos y habituados a los olores de los recuerdos que adornan los nombres del presente. Enseguida, con su equilibrio vital acorde a su culo inquieto, buscaba muebles en los mercados de segunda mano. Muebles que traían consigo conversaciones de otros tiempos, reflejos de caras que el paso de las estaciones se lleva con ese silencio tan característico, agujeritos de chinchetas que anclaban las vidas de los otros en sus paseos diarios por los pasillos.

Apollon era un nómada moderno, porque sabía distinguir los pasos que quedan marcados en las alfombras para siempre de aquellos que se esfuman en las mudanzas de los grandes extrarradios.

June (VI)

Dicen que murió sola. Pero se sabe que en los últimos momentos la habitación del hospital estaba repleta de gente. Las flores abundaban comprometiendo el pasillo de la cuarta planta a mostrar todos sus encantos. El murmullo, se cuenta, era constante y se recitaron algunos pasajes de una vida plagada de idas y venidas. Se cuenta que los ochenta y tres años se visten de gala cuando un resfriado mal curado domina las estaciones. Dicen que murió sola, quizá porque el silencio no fue el suficiente como para dejar zanjadas las breves viscerales cuentas pendientes.


jueves, 9 de octubre de 2008

Horizonte ceniza (IV)

La realidad solamente tiene cabida cuando es lo último que queda.

June (V)

Ese día cogió las maletas, las rellenó de fotografías y ropa íntima y con cuidado cerró la puerta tras de sí. No miró lo que dejaba atrás, quiso evitar el reproche de las cucharas, de los cuadros, de las butacas conquistadas por el salitre de las afueras. Encaró las primeras manzanas del barrio y se juró que sería fiel a la huida. En la tienda marcó las cartas de la partida que estaba a punto de jugar. Vio pasar el tren fuera de las botellas de cerveza de esas tardes de verano. Se arrimó cuanto pudo a las vías y se quedó dormida un momento. Siguió su marcha en silencio, con paso firme, decidido, persiguiendo la estela que deja el ir quemando etapas. Una armónica anunciaba algo nuevo. Las montañas a lo lejos son la dignidad de cada huella. La rendición de su sonrisa presagia tan sólo un billete de ida.


Ese día cogió las maletas y todas las naves del polígono gritaron a los cuatro vientos su nombre.



jueves, 25 de septiembre de 2008

Denver y June (V)

De la mano se les veía pasar por La Alameda en pleno mes de Octubre. Su recorrido comenzaba pasado el Arco de los Aventurados, a pocas manzanas del polígono. Se mostraban dichosos según se acercaban a los primeros plátanos del paseo. A veces se paraban unos minutos a entablar conversaciones triviales con amigos y conocidos. Todos ellos jugaban las cartas del desencuentro. Cordialmente se deseaban buen día y ellos seguían su paseo tendiendo al mundo sus vísceras machacadas. Entonces, por arte de magia, la Biblioteca aparecía a su derecha. Denver tentaba a la suerte y miraba al cielo en busca de alguna excusa válida para poder echar un vistazo a los autores rusos del XIX. A veces se las ingeniaba para seducir a June con promesas gastronómicas a cambio de unos minutos entre los estantes donde las novelas se agolpaban. Otras veces era ella la encargada de darle el empujón simulando un frío extremo y la amenaza de lluvia. Eran una pareja tendida en los raíles de la vida, en las postrimerías de la veintena. Ella disfrutaba de vuelta a casa escuchando historias de mujiks y príncipes rusos que perdían sus calesas como ellos perdieron sus sueños. El adoraba contar historias de esos tiempos, alababa a Tolstoi en pleno Octubre de cenizas. El y ella sabían de la distancia que separa la realidad de esas novelas. Sabían de sobra la pereza con la que los días pasan cuando apenas queda nada que perder.


Horizonte ceniza (III)

Un carrito de la compra en un mercado plagado de desconocidos.¿Acaso no consiste crecer en eso?.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Apollon y June (I)

Se conocieron, se quisieron, dieron por zanjada la cuestión clandestina de lo imposible. Se hicieron con los restos de un naufragio que no les pertenecía. Dejaron de crecer mirándose a los ojos.

June (IV)

Se divertía en un banco sentada, tranquila mientras las gaviotas conquistaban por unos instantes los adoquines de la plaza. Si el sol brillaba con fuerza, fruncía los ojos y se remangaba con la timidez suficiente como para no llamar la atención. Siempre se preguntaba las mismas preguntas, los mismos enigmas, las mismas esperas sin respuestas. Daba vueltas a las razones de la marcha que emprendió muchos años atrás, cuando los polígonos industriales eran postales del futuro y los extrarradios meras metáforas polvorientas. Pero no buscaba respuestas, no se consideraba una expedicionaria de altos vuelos. Únicamente veía pasar las prisas del ejecutivo, el ritmo arrebatador de los jóvenes que no contemplan las fachadas ni la belleza de las calles y se divertía con la lejanía de todos esos acontecimientos. Sabía que esperar en un banco es como pinchar el globo de un niño cuando aquél ha perdido el aire mínimo para mantener su vuelo. Porque para June los globos volaban, y las nubes marcaban el estado anímico de ejecutivos y jóvenes. Mantenía el banco caliente, siempre dispuesta a dar por sentado que la última palabra de la tarde marchita los recuerdos y los hace libres.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Horizonte ceniza (II)

Las películas de amor tienen eso, dos amantes que se quieren y demasiados vagones de un tren de cercanías sin las ventanas iluminadas.

Apollon (I)

Se conocieron en la escuela de enseñanza secundaria. Apollon era un chico de pocas palabras, de fuertes convicciones y raros gustos por las comidas orientales. A Denver le gustaban los trenes a su paso por el extrarradio y gemía en las noches estrelladas intentando llamar la atención de los años dormidos. Apollon jugaba ensimismado con unas canicas de cristal contra un muro descascarillado de tanto cambio de viento del norte. Denver observaba desde sus quince años recien cumplidos la destreza de sus trampas y la limpieza de su puntería certera. Algo espetó que fabricó un escalofrío en las entrañas de Apollon. Denver dependía de un milagro en ese encuentro, Apollon tendió un guiño del ojo izquierdo a su nuevo compañero, contando con sus dedos los años venideros sin demasiado entusiasmo.


jueves, 28 de agosto de 2008

Denver (VII)

Dicen que nació con algo en las pupilas. Son esas leyendas familiares que se van transmitiendo de lustro en lustro. Ese algo hizo que sus padres se asustaran y empezaran a asumir en los albores de su juventud que su hijo no vería pasar los trenes tras las ventanas. ¿Cómo asumir una ceguera que estaba predestinada a retar a los astros?. ¿Cómo una ausencia de luz merece la atención de unos padres deshechos?. Los médicos, cuentan, dijeron que fue un milagro de esos que se ven una vez por cada un millón. Eso al menos relatan las leyendas familiares que se van transmitiendo como los desamores de la adolescencia se transmiten con el paso de los años. Denver no sólo conservó la vista, sino que aprendió a mirar con la entereza de la perplejidad de un niño que empieza a vivir de lejos. Se esperaba de esos ojos algo del cielo, un poquito de los parques desiertos y leves notas de una balada de los sesenta. Eran unos padres anclados en la primera fila de un concierto y era un niño llamado Denver envuelto en los sueños de los hombres.

jueves, 24 de julio de 2008

Denver (VI)

Está sentado, como siempre, a solas con la luna. El camión de la basura aún no ha pasado y el tenue deambular de los gatos augura recogida de bolsas destartaladas. Se oyen voces de vecinos y zumbidos de aires acondicionados. Se divisa a lo lejos un tráfico de coches que apenas sí ha nacido y ya se está muriendo. Denver se pregunta por la distancia, por las fotos de las revistas de coches usados. Le resulta extraña la pereza de un astro que siempre le contempla. La luna en la terraza recita versos en su exilio prolongado.

June (III)

Fue una tarde de esas en donde cualquier pequeña brisa anuncia una carta en el buzón ó una cabina de teléfonos libre ó una calle vacía para pasear en soledad. June había quedado a las cinco en la boca del metro de las afueras. En el cielo no había una nube. Como siempre, llegó antes de tiempo y compró en una librería cercana un libro de moda. Hacía un calor impropio del final de un Otoño. Mientras esperaba, pensaba en los deberes de matemáticas y lengua que tenía que presentar al día siguiente. Una redacción sobre los "trenes de la noche" y raíces cuadradas infumables. Odiaba el instituto, las horas eternas de los recreos y las clases de gimnasia. Detestaba sudar bajo un sol abrasador como el de aquella tarde. Cuando se disponía a ojear el libro, lentamente acudía a la cita un chico desaliñado y desgarbado. Se miraron e intercambiaron pelos erizados y algún sueño. Emprendieron el largo paseo de los comienzos. El cielo empezaba a hacer de las suyas. Una pequeña brisa hizo que June se abrochara la chaqueta. Las cabinas de teléfonos se vaciaron mientras las calles solitarias enviaban sus cartas a buzones desconocidos. Esa misma tarde se besaron.

jueves, 17 de julio de 2008

Denver y June (IV)

Tenían un coche con los pilotos rotos. Con él se acercaban a los lindes de otros tiempos. La nostalgia del mar les apartaba de arcenes que en otras vidas frecuentaron. Denver solía petrificarse viendo los concesionarios del polígono. Se imaginaba la vida sin el coche con los pilotos rotos. La pena era que los concesionarios cerraron muchos años atrás tras la crisis económica. Entonces se volvieron duros los créditos, las cenas y los sueños. No era buena idea invertir en papeleras ni en visionarias puestas de largo de la vida. Sólo se hicieron ricos en esos días aquellos que arriesgaron lo poco que les quedaba a los mandos de ese coche con los pilotos rotos. Denver se lamía las heridas frente a los concesionarios moribundos de las afueras.

Denver (V)

Cuando su abuelo le preguntó sobre un mundo sin trenes, ni vías, ni distancia, Denver se derrumbó y vomitó toda la merienda. Eran sus catorce años los que imaginaron el futuro sin todo eso. Fueron sus catorce años los que se despeñaron ese día y no supieron encontrar el camino de vuelta hacia la cima.



jueves, 10 de julio de 2008

Horizonte ceniza (I)

Vendrán tiempos mejores June. Entonces verás que todo lo que te dije eran verdades de las que te impiden doblar la esquina por miedo a los ladrones. Sé que no es fácil creerme si miramos el "horizonte ceniza". Tenías sueños pesados como plomos que se hundieron entre tanta espera. Nos dijeron que nada era fácil, que los cajones donde descasaba nuestra herencia estaban al otro lado del mar. Ahora resulta que todo lo negro llena nuestro estadio. Te pido paciencia querida June. Paciencia para volver a las salas de cine, para deslumbrar con tu sonrisa lo poco que queda, para dejar las heridas lamidas fuera de juego. Vendrán tiempos mejores que estos, dispuestos a empezar de nuevo lejos de este polígono industrial donde nuestros corazones trabajan en turnos dobles. Miras la maleta y te tienta empezar de nuevo, dejar estas tierras, dar un portazo y dejar millas tras de ti. Sé que nada ha sido fácil, que la literatura de nuestra vida abortó en una clínica privada. Pero te aseguro que vendrán tiempos mejores, donde la lluvia ácida de sus mentiras roce a la perfección las sobras de estos platos. June, cree en mí, en estas calles desiertas, en estas farolas fundidas, en las promesas que nos dejamos olvidadas en los discos de Bob Dylan. Vendrán tiempos mejores y espero poder decirte entonces que todo fue un mal sueño, una plaga atemporal de las vidas de los otros que se interpuso en nuestro camino.

jueves, 3 de julio de 2008

Denver y June (III)

Denver miró a los ojos a June. Prometió transformar percheros por distancia, bolígrafos por olvido y vistas aéreas por cicatrices en corazones ajenos. Prometió todo eso sabiendo el caballo ganador en la línea de salida. Denver era un soñador vestido de príncipe. June era ciega ante las palabras. June creyó firmemente al chico de ojos azules que estaba mirándola a los ojos. Mientras, el cielo proyectaba todos los edificios iluminados de las afueras.

Denver (IV)

Salió de aquel internado con la cabeza alta, el corazón arrollado por los trenes y la inmortalidad temblando de dudas. Era un verano cualquiera, y sus padres no pasaban de los treinta y cinco años.



jueves, 26 de junio de 2008

Las vísceras de la memoria (III)

Dudas ahora que estás en la biblioteca. Te acuerdas que tienes que hacer la compra antes de que ella llegue. Despistado buscas la 'B' de Bob en las estanterías de literatura hispana. Notas el polvo y la nariz te comienza a picar. Quizás las aceitunas negras con hueso en la ensalada pueden alegrar un poco el día a June. Tratas de no olvidar que el chocolate no puede ser con leche y almendras. De repente, te encuentras con Benedetti. Algo sobre la memoria y el olvido parece contar el libro. Estás constantemente junto a tu carrito con las ruedas torcidas. Por un momento te convences de que tienes que comprar un tren de cercanías que no llegue nunca. Deben ser estos libros de poemas que tienes justo delante. Quieres algo que te haga ver la vida de otra manera, que te permita ver a June con los mismos ojos con los que las vías del tren contemplan los astros. Recuerdas que no tienes tarjeta de crédito, que tendrás que pagar con las pocas monedas que arrastran el peso de los días. La bibliotecaria te avisa del cierre próximo. Te entran las prisas y con urgencia descubres en lo más alto de los estantes 'la biografía de River Phoenix' o alguien parecido. Muestras tu tarjeta de socio mientras la sala va quedando desierta. La bolsa de patatas que sea con sabor a jamón y el tambor de jabón para la ropa que reúna el nombre de todos nosotros. Seguro que June descansa sus pies en tus piernas, mientras sigue vigilando las entrañas de la noche un 'fire and rain' moribundo.

Denver (III)

Siempre que un "goodbye" asoma por las ventanillas de los autobuses de línea, Denver se refugia en los versos que una vez escuchó en un pequeño pueblo interior. Hasta mucho tiempo después no supo ver que los versos son la realidad alternativa de los soñadores de despedidas y adioses.



jueves, 19 de junio de 2008

Denver y June (II)

June solía mirar los posos del café. Rara vez se planteaba más que unas pocas dudas del pasado.
Sabía que los trenes sólo pasan una vez por la misma estación, que cuando se alejan es para siempre. Ella no podía concebir la lejanía en cualquiera de sus variantes sin hacer una predicción certera del asunto. Con soberbia romántica miraba a Denver hacer la cena sin percatarse de todo lo que se había perdido. June era de otra época. Reñía a los alimentos, enseñaba lecciones de moral a los andenes y se masturbaba pensando en el paso del tiempo. Cuando se conocieron, June y Denver dejaron a un lado su colección de billetes de tren sellados. Cuando se conocieron, dejaron de darle importancia a los tendales vacíos, pintaron mensajes en los muros del polígono donde vivían. Cuando se conocieron June aún tenía su sonrisa de pereza. Cuando se conocieron juraron ver pasar el tren, junto a las vías. No sabían que los juramentos como todo en la vida, caducan y se vuelven indigestos.

Las vísceras de la memoria (II)


..un perrito relamiendo las rodillas de su amo....pequeño apéndice insersible que a veces....drena los recuerdos....


jueves, 12 de junio de 2008

Las vísceras de la memoria (I)

Tenemos la obligación de hacer las paces ahora que estamos a tiempo. De entregar los amuletos de la suerte. Tenemos la decencia de dejar la tinta en los tinteros, de mover la ficha en su momento, de gritar mentiras a los vientos. Tenemos la misión, ahora más que nunca, de cantar la hora del cierre, de recuperar cada memoria que nos queda, de no dejar morir los sueños. Tenemos, querido Denver, entre las manos las preguntas, en las postrimerías del alba las respuestas, y un largo camino por delante.

June (II)

Cuando te vayas sabré que no volverás.


Deja abiertas las ventanas del cuarto y las cortinas recogidas. Te pido por favor que escribas de vez en cuanto, que no hagas como esos del norte que las fábulas retratan. Intenta descansar en el camino, no lo hagas todo de un tirón que no es bueno para tu marchita despedida. Posiblemente encuentres peregrinos con los que poder compartir algunas fotos y muchas ampollas de mis vísceras. Llévate la generosidad contigo. Piensa de vez en cuando en nosotros que nos quedamos adorando trenes que se marchan a ninguna parte. Deja caer en tus pucheros algo de aquí, alguna migaja de las razones de tu marcha. Decide por favor, la mejor manera de manchar con tinta la vida. No borres las huellas que dejes tras de ti, ni imagines el extrarradio como no es.Cuando te vayas escribe todos los versos que una vez escupiste en la basura.


Cuando te vayas rasura la cabellera de la luna y parte en soledad, aunque te ruegue con mi habitual insistencia un hueco en tu carreta. Cuando te vayas no habrá farolas capaces de iluminar el desierto que abandonas.




jueves, 5 de junio de 2008

June (I)

June dejaba colgados al sol los sueños del mañana mientras bebía botellines de cerveza.Era muy joven por aquél entonces.Sólo camisetas de estrellas del rock pueblan sus tendales en estos días tan inciertos. La cerveza es la misma. Los sueños ..... no.

Denver (II)

Denver solía sentarse junto a las vías en las afueras. Era entonces cuando en esa soledad de extrarradio, dibujaba planes de futuro. Esperaba con frecuencia el paso del Talgo que se dirigía al lugar en ninguna parte de James Taylor, pero sin cumpleaños , ni tarta , ni velas. Denver era un pequeño animal de costumbres. Dibujaba con el rabillo del ojo surcos de pereza y los regalaba a las ausencias. Según el cielo se iba oscureciendo, imaginaba cómo serían sus sueños de haber nacido en otra ciudad, cómo sus límites de haber aceptado el cambio de guardia a tiempo. Solía llevar consigo una baraja sin marcar. Jugaba a solas con los silbidos lejanos y sus apuestas dejaban boquiabierto a un suspiro que de vez en cuando se atrevía con los raíles. Cuando se encontraba solo ante las vías del tren, pensaba en June. Pensaba en lo tonta que había sido al aceptar aqueltrabajo. Demasiadas cosas en la cabeza albergaba Denver cuando el tren daba las gracias a su paso. Gracias por irse de esas tierras, por pasar de largo. Gracias por dejar bien claro que sólo los poemas más hermosos son dignos de sus ventanas iluminadas.





jueves, 29 de mayo de 2008

Denver (I)


La puesta de largo del estío
es la nueva diplomacia
en fascículos.
Y Denver pidiendo la hora.....

Denver y June (I)

Denver solía mirar el paso de los aviones. Mientras, a su lado, June escribía pequeñas notas en su diario. A veces las nubes hacían acto de presencia y June miraba al cielo sin ver los colores. Quizás la tarde no se puede relatar de otra manera, solían pensar, pero no quedaba nada salvo vísceras de las afueras. Denver y June vivían en muchos diarios trasplantados, con mañanas de unos, relatos de excursiones de otros, en definitiva, vivían en muchas vidas diarias ajenas a ellos. Denver también solía mirar el pasado, pero los aviones le hacían perder su pista. Fueron felices pese a la distancia, aquella que marca las estelas de tantos aeroplanos tan magníficos.