De la mano se les veía pasar por La Alameda en pleno mes de Octubre. Su recorrido comenzaba pasado el Arco de los Aventurados, a pocas manzanas del polígono. Se mostraban dichosos según se acercaban a los primeros plátanos del paseo. A veces se paraban unos minutos a entablar conversaciones triviales con amigos y conocidos. Todos ellos jugaban las cartas del desencuentro. Cordialmente se deseaban buen día y ellos seguían su paseo tendiendo al mundo sus vísceras machacadas. Entonces, por arte de magia, la Biblioteca aparecía a su derecha. Denver tentaba a la suerte y miraba al cielo en busca de alguna excusa válida para poder echar un vistazo a los autores rusos del XIX. A veces se las ingeniaba para seducir a June con promesas gastronómicas a cambio de unos minutos entre los estantes donde las novelas se agolpaban. Otras veces era ella la encargada de darle el empujón simulando un frío extremo y la amenaza de lluvia. Eran una pareja tendida en los raíles de la vida, en las postrimerías de la veintena. Ella disfrutaba de vuelta a casa escuchando historias de mujiks y príncipes rusos que perdían sus calesas como ellos perdieron sus sueños. El adoraba contar historias de esos tiempos, alababa a Tolstoi en pleno Octubre de cenizas. El y ella sabían de la distancia que separa la realidad de esas novelas. Sabían de sobra la pereza con la que los días pasan cuando apenas queda nada que perder.
Hace 8 años
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