Está sentado, como siempre, a solas con la luna. El camión de la basura aún no ha pasado y el tenue deambular de los gatos augura recogida de bolsas destartaladas. Se oyen voces de vecinos y zumbidos de aires acondicionados. Se divisa a lo lejos un tráfico de coches que apenas sí ha nacido y ya se está muriendo. Denver se pregunta por la distancia, por las fotos de las revistas de coches usados. Le resulta extraña la pereza de un astro que siempre le contempla. La luna en la terraza recita versos en su exilio prolongado.
jueves, 24 de julio de 2008
June (III)

jueves, 17 de julio de 2008
Denver y June (IV)
Tenían un coche con los pilotos rotos. Con él se acercaban a los lindes de otros tiempos. La nostalgia del mar les apartaba de arcenes que en otras vidas frecuentaron. Denver solía petrificarse viendo los concesionarios del polígono. Se imaginaba la vida sin el coche con los pilotos rotos. La pena era que los concesionarios cerraron muchos años atrás tras la crisis económica. Entonces se volvieron duros los créditos, las cenas y los sueños. No era buena idea invertir en papeleras ni en visionarias puestas de largo de la vida. Sólo se hicieron ricos en esos días aquellos que arriesgaron lo poco que les quedaba a los mandos de ese coche con los pilotos rotos. Denver se lamía las heridas frente a los concesionarios moribundos de las afueras.
Denver (V)
Cuando su abuelo le preguntó sobre un mundo sin trenes, ni vías, ni distancia, Denver se derrumbó y vomitó toda la merienda. Eran sus catorce años los que imaginaron el futuro sin todo eso. Fueron sus catorce años los que se despeñaron ese día y no supieron encontrar el camino de vuelta hacia la cima.

jueves, 10 de julio de 2008
Horizonte ceniza (I)

jueves, 3 de julio de 2008
Denver y June (III)
Denver miró a los ojos a June. Prometió transformar percheros por distancia, bolígrafos por olvido y vistas aéreas por cicatrices en corazones ajenos. Prometió todo eso sabiendo el caballo ganador en la línea de salida. Denver era un soñador vestido de príncipe. June era ciega ante las palabras. June creyó firmemente al chico de ojos azules que estaba mirándola a los ojos. Mientras, el cielo proyectaba todos los edificios iluminados de las afueras.
Denver (IV)
