jueves, 25 de noviembre de 2010

Intrahistoria (I)

Fue una época de diarios, de confidencias y de añicos de cualquier cosa. Fue también una época de amistad, de evolución y de coherencia. Tuvieron que pasar muchos años para que esos diarios fuesen descubiertos sobre la mesa, cuando realmente todos ellos comenzaron a entender y a encontrarse.

No es posible establecer una fecha, algún momento en la historia en donde todo salió a la luz. Lo que sí permanece es que todo salió a la luz. ¿Suficiente?

Volvamos a los diarios . Eran jóvenes con la cabeza en su sitio. Soñadores, desde luego; amantes de lo que no tenían, no hay duda; supervivientes de su tiempo, para nada. Realmente vivieron como entendieron su juventud, como interpretaron su adolescencia y como pudieron su madurez. Se quisieron, eso se puede ver claramente en los textos. Quererse es criticarse, como ellos hacían, pues buscaban la excelencia en sus amigos, en sus amantes, en la vida en sí misma. Y no miraban atrás, aunque todo lo que quedaba atrás veían. Si nos adentramos en los textos, en las reflexiones íntimas, en prácticamente todas las frases, pensamientos, referencias a sus coetáneos, reproches y dudas giran en torno a su núcleo afectivo construido en la escuela, en la poesía, en la añoranza y en la esperanza. Los diarios tan sólo invitan a esa interpretación. En el imprescindible devenir del tiempo se hacen mayores, y los diarios con ellos. Y se empieza a vislumbrar algo extraordinario, que no es otra cosa que las nociones de la muerte en sus poros, en sus amores y en sus afectos, a esa altura totalmente consagrados. No les es fácil hacerse viejos, maduros, certeros en sus predicciones, pero siendo un drama para casi todos ellos se vuelve a la vez hermosa la vejez que los textos no evitan.

¿Qué se quiere conseguir con esta pequeña glosa de un conjunto de intimidad impresa encontrada en el camino? Nada grandilocuente, desde luego, solamente la intención de contextualizar la lectura de los mismos, para su mejor aprovechamiento.

No quiero presumir de haber sido un buen amigo de alguno de ellos, pues las balas de mi recámara apenas sirven para fundirlas en el calor de una batalla. Espero que leyendo estos retales de pasado, puedas darte cuenta de lo más importante que en ellos se intuye: el idealismo mueve las vidas cuando el mundo se para.

Padre Voronko Klintsy

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