martes, 24 de mayo de 2011

Dylan. 70

Todo empieza en un cine, en un apagón de luces, cuando huelen las palomitas y tienes poco menos de dieciséis años, y las primeras escenas suenan distorsionadas y trascendentes, con la mala leche de la adolescencia y el escalofrío en las pupilas, y todo lo que empieza en ese cine ya no para, la sensación de estar fuera de este mundo que no es el tuyo, la ventana que se abre para dejarte ver un paisaje que no imaginas, el escalofrío de la butaca y la imposible explicación que buscas para lo que te está pasando. Todo empieza en un cine, y continua en un autobús de línea camino de Liverpool, con el viento idiota en el asiento junto a la ventanilla y los sueños, la letanía del idealismo que se perfila como único salvavidas, la lluvia de las islas, los trasbordadores engullendo coches, la duermevela que dura horas, y el viento idiota de entonces hoy aún suena, desprende tendales de esperanzas y revolotea entre los orfanatos y la vida, la vida que continuaría en ciudades de provincia, en paseos nocturnos con las orejas saturadas de huracanes y redes que envuelven tristezas y alegrías, tiempo que estás de mi lado también contaba, los desordenes de la víscera y la certeza de que algo está pasando, hoy empieza igualmente, no te extrañe que la rueda no se pare, no te extrañe que las imágenes me hagan subir al ring y busque pelea, dejaría bien claro que la contienda parte del aullido y de la dignidad, ¿has visto la dignidad?, dime, ¿la has visto?, como los tambores de los poblados que nacen con el blues en el regazo, los años que van pasando y la emoción de la misericordia que no flaquea. Sin pararse el río se detiene, te deja a solas con el abismo, tú sabes que no es tarde pero sí que se está haciendo, y que realmente puedes volver atrás pero no conseguirás recorrer de vuelta todo el camino, y vuelve la película de ese cine, y el escalofrío, pero han pasado veinte años, un suspiro de límites y vértigos, de chicas del país del norte y ella fue una vez un verdadero amor mío, salas de reuniones también se vaciarán al paso del acorde, la entrega de diplomas a la que no asisto, la vista a los inframundos de la infancia que no evito, los Mississippi y los padres que parten, los hermanos y el primer y único amor que te recuerdan que todo empezó en un cine, Historias de Nueva York se llamaba la película, un cuadro garabateado sobre la pared, los coches pasando por la avenida, el pintor extasiado lanzando mechones de pintura, Like a rolling Stone transmitiendo las señas de identidad de un joven veinteañero llamado Dylan, el mundo y sus alrededores que me abrieron sus puertas para entender el enigma y hacerlo mío.

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