miércoles, 18 de mayo de 2011

Los futuros del comienzo (X)

GRENOBLE

A Gabriel Esmero.

Donde los tranvías mastican con descuido mis bajadas

y mis subidas en aceras de paso debo hoy dejar las hojas;

las de los versos, las de las indescifrables perezas

de los hombres inquietos que siguen en veredas

bien trilladas las duermevelas de los críos despiertos.

Despierta la ciudad y estoy vivo. Sin embargo el olor

de los cafés no es el mismo que aquél lejano

que dejamos en algún regazo. Si es el recuerdo de las manos

con gatos y gotitas de sangre, vestidos los dedos

de nervios de seda, hace tiempo que toda esa fiesta

fue pasando. Ahora me miro estas manos de conde

o cortesano, de petrarquista empedernido en miradores

de otras urbes, en ciudades con calores como el de hoy,

de sudores ajenos y olores de animales desorientados

por el estruendo de los coches. Se siente uno

en las espinas de los pescados con anzuelos en la boca,

como tendido al sol de un puesto del mercado

cuando silba el tren y validas el billete. Y esperas la noche

y no llega, suele pasar a las siete de la mañana

si descubres que hay otras bocas jóvenes que aprenden

a besar sin miedo a lo que viene, con certezas sacras

que apenas rezan, supones la protesta de lo fresco

y casi aciertas. De repente, sin embargo, cae la noche,

reduces de inmediato la música a las bandejas

en pasillos observados por puertas numeradas, y te imaginas

en un barco a vapor, por ejemplo, en travesías

bizantinas de un Cervantes o un Lope. Pérsiles

que estás en los cielos, peregrino que buscas la patria

Gabriel que esperas con esmero, lo que queda.

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