martes, 28 de agosto de 2012

Verdades y mentiras


Veo que tiene derechos de autor. Es un libro viejo, me recuerda a ti cuando nos conocimos y nos quisimos en el lago. En la primera página hay una dedicatoria, fíjate, parece que se querían. No sé si atreverme con el primer capítulo, me da miedo pisar camino inexplorado y caerme en una ciénaga o encontrarme con el monstruo del lago. Sin embargo me dices que he de ser valiente, que las páginas están para eso, para ir pasándolas una a una, detenidamente, olisqueando la tinta y disfrutando del trazado de las letras impresas. Por un momento te hago caso y entro de lleno en los primeros párrafos. Siento miedo, como si saltara al vacío en un precipicio y no fuera a volver a verte. No sé, además, si soy yo o qué, pero parece que se está haciendo de noche, así, de repente. Estoy a punto de abandonarlo todo en la segunda página y me coges del brazo, me acaricias dulcemente y me invitas a continuar. Si te fijas, algo está cambiando, aparte de ser cada vez más de noche, ahora resulta que a lo lejos un tren se acerca, pero no hay vías. Oímos como poco a poco el murmullo de las ruedas rozando el metal se va convirtiendo en algo parecido a sueños rotos, pero nosotros ahora mismo estamos soñando y estamos enteros. Sabes que me encantan los trenes, su fluir por la vida es lo que me atrae, pendientes del paisaje plano, de las llanuras creadas para los críos, para que jueguen entre el trigo y los girasoles. Recuerdo ahora los viajes a Salamanca, esos septiembres de exámenes y meseta inmensa cuando el sol se iba poniendo. Estaba solo y te imaginaba entonces sin conocerte, pero con odio, lo sabes, y también con cierto orgullo propio de la juventud. Siempre tenía un libro en la mano y a veces leía entre estación y estación. No nos conocíamos, por supuesto, y compraba revistas porno porque necesitaba conocer mi cuerpo, hacerlo mío, sin más límites que el olor a semen del cuarto alquilado, y  calzoncillos húmedos que disimuladamente llevaba a la lavadora. La matrona que me acogía supongo que se hacía la loca ante tanto olor a sexo abandonado. Si te fijas, este libro me ha llevado allí, a los tiempos del despertar, a esos días agridulces donde nada me faltaba pero no estabas, no existías, ni siquiera eras un borrón en una pizarra. Si no te importa, me gustaría dejarlo aquí, cerrar el libro y continuar el camino, por un momento, dejando el pasado reposando donde debe, agradeciendo que tus caricias me hayan convertido en un aficionado a la lectura.

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