sábado, 31 de diciembre de 2011

Sin título. La feria llega a la ciudad y abandona el barco

Nadaba en la piscina vacía y pensaba en la muerte
como quien piensa en envases vacíos,
inservibles desechos que aspiran al musgo
o a otros favoritos habitantes de la nada
naturaleza. Llamaba a mi puerta
en los comienzos de los otoños.
Me gustaba el toc toc de la madera, los nudillos
desordenados desafiando
al orden del portal y de las escaleras comunitarias
recién limpias. Decía que el tráfico llegaría luego,
las tiendas abiertas y los saludos a destiempo.
Solía invitarle a madalenas y café caliente,
me sonreía y a veces nos reíamos. Era torpe
con la cuchara, odiaba los pisos sin ascensor
y me quería mucho. Susurraba entre periódicos
mientras pedía el azúcar, era para no despertar
a los críos, pero sabía que aspiraba a finales
felices y el llanto infantil no ayudaba, decía,
a cerrar las páginas de un libro sin tapas.
Luego eructaba y me abrazaba, entonces
como por arte de magia me invitaba al teatro
o al cine, daba lo mismo, la película, la obra,
detalles menores que dejábamos en el fregadero
antes de iniciar la marcha. Era el que nadaba
en las piscinas vacías, el que deseaba la distancia
y la ofrecía entre la leche desnatada tempranera.

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