viernes, 17 de febrero de 2012

Sin título

Dime que Garcilaso odiaba las armas y que combatía
porque echaba de menos el rito de la carne y la palabra.
Déjame creer en un Becquer que dejaba la vida
por motivos reservados a la suerte,
que Valle-Inclán se asustaba tanto de la vida
como para deformar las quimeras de los pobres,
déjame la ilusión de un Neruda que abrazaba
la violenta reacción de las Américas profundas.
Déjame creer en un Cernuda con el pelo erizado
por la rabia del momento. Déjame esta mentira
en nuestra obra, como una revuelta que comienza
en los finales que son como relámpagos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario