viernes, 5 de agosto de 2011

Diary of something strange

Quiero que ahora te centres en esa habitación atestada de colchones cubiertos de mantas multicolores. Es invierno y sin embargo es agosto, el mes donde una vez habité ese piso diminuto ocupado por voluntarios de todas las partes del mundo. Quizá no tienes la información suficiente para distinguir entre el desorden las sábanas y la cocina atiborrada de platos sucios donde la dignidad se hacía un hueco. Pero realmente estaba allí, meando a veces en el baño de la planta baja, otras llevando la comida diaria al jefe de ese proyecto cultural que se llamaba Blackie y del cual este rincón de la memoria toma su nombre. Muchas veces hemos hablado, mientras miramos pasar los coches, que la vida y la memoria son nombres, sólo nombres que van dando forma a lo vivido. Sin nombres, dices siempre, no hay memoria, sin nombres sólo hay olvido, no hay opción a la reconstrucción. Y ese nombre que te digo era capital y aún lo es ahora, pasadas tantas estaciones tan diferentes unas de las otras. Intenta buscar la dignidad en esas semanas de lluvias y aprendizaje de un nuevo idioma que se resistía como el soldado que deja las armas cuando la guerra comienza. En esos días la búsqueda de esa dignidad hizo que el joven-niño se convirtiera en algo diferente a un adulto en plena adolescencia tardía. Difícil de explicar, es cierto, tendrías que haberme conocido en esos viajes a ciudades extrañas. Es cierto que nos vimos en cursos anteriores, creo que no dejé de mirar tu culo aquél día en el centro de la ciudad, cuando nuestras pandillas de amigos hacían sus primeros intentos por reconocer algo del deseo. Tú tenías dieciséis años y unos ojos de gata que lo devastaban todo. Yo era algo raro, vestido como el extraño se viste en una fiesta plagada de desconocidos, creo que si ves la imagen que te cuento algo de eso queda en ella… (continuará)

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