domingo, 19 de febrero de 2012

Ha sido un funeral que nos ha hecho recordar nuestro pasado. Dos hermanos al fondo en la iglesia, dos hermanos cercano s a los treinta y el cura llorando ante Cristo como un bebé que quiere creer en lo divino pero no puede. Es una media hora de desconsuelo, de un cambio de guardia y de la vida. Tendríamos tres y cuatro años cuando mi hermano y yo vinculamos nuestra sensibilidad y nuestra historia a esa pareja de monjas que nos dieron tanto, que permitieron que viviéramos ajenos a Dios pero a su vez entre los brazos del creyente. A nuestras familias les sobraba el dinero. Sor Águeda y Sor Juana María nos cuidaron en la guardería del Barrio Pesquero, y el hilo telefónico, como escribió Denver alguna vez, conserva todo aquello que no aprendió a resucitar. Pasaron treinta largos años en donde apenas vimos a Sor Juana María, treinta años en los cuales de todo fue pasando, pero tanto mi hermano como yo hoy nos detuvimos un momento en esa iglesia, abarrotada y llena de humildad y recuerdos y despedimos a una de nuestras monjas, porque los cambios de guardia se tienen que despedir como merecen.

1 comentario:

  1. Las exequias encierran su parte de remordimiento, una pobre forma de compensar tanta ingratitud en vida.

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