domingo, 2 de octubre de 2011

Los daños colaterales (I)

Hace un día caluroso, nos estamos abrasando

sin las luces de otras mañanas,

simplemente con el calor de una conversación

sobre Biedmas y sueños. Existe una

terraza tras la puerta, se ve la avenida

que atraviesa la ciudad desde su barandilla

plateada. Tu obsesión por los coches

y sus luces, distintas a las de otras mañanas,

quizá más preparadas para hacerte

cambiar de opinión, arruina nuestro

encuentro. Ese gesto habitual en ti

vuelve de nuevo a dejarme por unos momentos

vacío bajo un cielo que era nuestro.

Ese gesto digo, que se inicia con la cajetilla

de tabaco y termina

en el cenicero, con las colillas inservibles

representando un crematorio.

Tendrían que pasar años enteros

para que volvieras a fumar ante extraños,

pero eso vendría luego de lo otro,

esto es, del motor que arranca en el garaje,

del check-out en los hoteles

en el extranjero, de los despegues

y aterrizajes en vuelos de bajo coste,

de la billetera llena de dólares,

del valor que las putas de lujo dejaron

en tus fondos reservados, de todo lo

que tantas veces mereció algo

del esfuerzo de tus rimas.

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