domingo, 20 de noviembre de 2011

Sin título. La feria llega a la ciudad y abandona el barco

Siempre hay una feria que se muere, que abandona
los parques, las calles principales, la superficie
que se reserva a los márgenes y excepciones,
va perdiendo el resuello como lo perdimos
cuando las gaviotas no eran gaviotas y los coches
blancos no eran coches blancos. Siempre, recuérdalo bien,
rezan los que no creen a dioses de mentira,
dioses con minúsculas que apartan la dicha
y generan descendencia desde los pesebres artificiales.
No es una buena forma de recorrer un camino
buscando las huellas de los otros, los feriantes
dejan las suyas y con ellas esperanza la primera
seña de identidad de lo que viene, pero me pierdo
en los detalles, y ahora somos más en menos
tiempo que nos toca, algún día se habla y se comenta
del pasado, los feriantes no tienen eso
que se fue quedando atrás, miran de refilón
las alegrías pasajeras y los planes de futuro que no van con ellos,
y en otras ciudades se arriman, se desperezan,
se abrazan y soban como animales en sus celos más extremos,
pero no te creas, no buscan un poema ni la sensibilidad
que tu intuyes, muy al contrario, son básicos instintos
difuminados en tus gestos de cariño, en las caricias
a un crío que no te reconoce, en un presente
que imagina tiempos venideros ausentes de todo tiempo,
en definitiva, siempre hay una feria que se muere
sin dejar de respirar en la distancia.

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