lunes, 25 de junio de 2012

Diario de un cubo de basura

Por las mañanas no es extraño encontrarse un hilo de baba o una caricia a destiempo mientras uno va retirando las sábanas. El pequeño ruso duerme acurrucado a la pared naranja, con los ojos prietos y las rodillas aún arañadas por los fragores de la batalla. En el cuarto contiguo se oyen respiradotas de una niña en sus cinco, profundamente creemos que va encajando las piezas de un puzle que nadie sabe si algún día será completado.


Son idiomas raros en este pisito capitalino de provincias pero se entienden todos ellos perfectamente. Está el de la autoridad que siempre intenta dejar su mensaje en las sendas extraviadas. Está ese ruso primitivo y limitado que sin embargo va poco a poco aderezando los mensajes entre todos nosotros. Luego está el de Glor, que aún sigue durmiendo un profundo sueño que posiblemente alguna persiana conquiste y lo someta.

Como siempre, los desayunos vendrán luego, y después el cumpleaños, y más tarde la brecha, y finalmente el cansancio y alguna mala noticia. Pero da lo mismo, los barrenderos no recogen estos desperdicios hasta su próxima jornada, y es bueno que el olor a desechos poderosos vaya poco a poco inundando estos mares secos en los que intentamos nadar y no lo conseguimos, algunas veces.

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