martes, 26 de junio de 2012

Diario de un cubo de basura

Huele a cena y champú de baño. Sale un vaho tranquilizador por la puerta del servicio, la cocina huele a fritos de tercera división, hay camas aún intactas, la televisión al fondo y la terraza oliendo cada día más a tomate y otras hierbas. Es una foto de avenida, de un atardecer después del parque, del helado de vainilla y nata, de fresa y nata. También huele a otras muchas cosas; por ejemplo, huele a conversación entre un jovencito y un bombón, palabras como padre, por qué, cuidadores y extrañeza. Huele, seguro que lo imaginas, a una conversación entre dos adultos orgullosos, que no huelen a basura aunque lo sean para el resto de los individuos de su especie, o al menos para la mayoría. Resulta extraño encarar un nuevo día después de saberte a expensas de la recogida nocturna, hacer los planes que toda familia plantea para que un nuevo día comience. Resulta extraño verte envuelto en una maraña de lazos no oficiales, de pequeños hilos de seda que no tejen camisas elegantes. Recuerdo el encuentro con un amigo de antaño, de los tiempos donde ese amigo necesitaba tirar a los contenedores su rabia, su desgracia, sus anhelos caducos. En esas noches no pasaba el camión de la basura a recoger y limpiar los contenedores. Suplicamos al servicio municipal que no se demorara, que recogiera de una vez estos focos de infección que podían arrasar los años vividos como quien arrasa a los años que viven. Sin embargo ahora, el camión pasa cada noche, puntualmente, cuando el sol se encuentra lejos y los balcones bostezan, ahora pasa cada noche, justo en estos tiempos en donde los restos en los contenedores nunca olieron tan bien y se puede prescindir de este servicio municipal tan valorado.

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