viernes, 9 de septiembre de 2011

El horizonte ceniza es la estética discordante, el margen
de las páginas en blanco, las bolsitas de té que echan de menos
es el perfume de las tiendas cerradas,
los armarios sin puertas ni alcanfor que desean la humedad
de los cuartos cerrados, como Superman en un funeral
alienígena es el horizonte ceniza.

El horizonte ceniza es el canutillo de la encuadernación
de nuestra historia, es la calle desierta sin arena,
también un despacho atisbado de vacías cuentas pendientes,
es el autobús que marca las horas y el reloj que se aleja
por la autopista, el revés de un tenista al que todo le va bien,
es el deporte de la muerte compitiendo por la vida.

El horizonte es la ingenua marginalidad del poderoso,
el contraste de la dicha en la memoria cuando
comparas el hecho con lo perdido.
Es lo cercano a lo lejos, los rizos juveniles en épocas
de cambio, la peluquería de los campos y el champú
del suicida, es la vaselina de los anos a la intemperie
y el deseo que contemplan tras tu paso.
El horizonte ceniza es la excusa, la réplica, la biblioteca
de barrio, es Tom waits y el centro de la ciudad,
sabes que en los altas vergüenzas del piropo quizá
lo encuentres, como se encuentran las uñas cortadas
en lavabos sucios de casa bonitas.

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